28 noviembre 2018

Yaritza, en busca de una rosa azul


Hace muchos años en un pueblo del cual no recuerdo el nombre, vivía una hermosa princesa llamada Yaritza. Yaritza solía pasear todas las tardes al atardecer por los jardines de palacio. Conocía de memoria cada rincón, y ya no le impresionaba grandiosa fuente, forjada en piedra de cuarzo rosa, ni el olor que desprendía la infinidad de rosales que la rodeaban. Paseaba absorta, día tras día, por el mismo lugar, hasta que de repente un día, una cantarina voz masculina, cautivo su atención y se sintió atraída por ella. Escondida entre los arbustos, escudriñó al joven jardinero. Su belleza era tal que eclipsaba las flores que estaba podando. Permaneció allí parada, hasta que el sol comenzó a ocultarse detrás de las montañas que rodean el palacio.

Volvió allí, cada día, durante una semana, para contemplar al hermoso joven que se encargaba del jardín. Pero al amanecer del octavo día, el joven no apareció, Yaritza comenzó a llorar y echó a correr desconsolada, sin darse cuenta de que en su camino se cruzó con la raíz de un árbol, con la que tropezó y cayó rodando por una pequeña ladera. Su descenso se vio interrumpido, de golpe, al chocar contra un obstáculo. Cuando abrió los ojos se encontró con la cara del joven a escasos centímetros de su cara, preocupado por si se había hecho daño.

A partir de ese momento, Yaritza se dejaba caer, cada día, para charlar un rato con el joven. Hasta que un día, su padre los pilló y entró en cólera. "¡Cómo podía su hija enamorarse de un vulgar jardinero!", pensó el rey, prohibiendo a su hija salir de palacio, en un intento desesperado de que se olvidara de él. Organizó un gran baile para encontrarle un nuevo pretendiente digno de su condición. El rey le presentó al hijo de un noble del pueblo, a un valeroso guardián de la corte y al nuevo médico del pueblo.

La joven accedió a casarse, pero puso una condición, solo lo haría con aquel que consiguiera traerle una rosa azul. Era consciente de que su petición sería difícil de conseguir, pero que si alguien podría hacerlo, sería su hermoso jardinero. Durante meses puedo descansar tranquila pues ninguno de los pretendientes pudo encontrar la preciada rosa azul.

Pero un día, a principios de primavera, apareció el noble del pueblo, desde la distancia la atónita joven pudo ver como traía entre sus manos una rosa azul. Sin podérselo creer, se acercó hasta el joven, que hablaba con su padre. Al verla le entregó la rosa, el joven parecía nervioso mientras la observaba. Yaritza aceptó la rosa, acariciando suavemente uno de los pétalos de la rosa. Instintivamente, se miró las yemas de los dedos, que habían quedado impregnados de color azul. No era una rosa azul de verdad. “¡La había pintado! ¡Cómo podía volver con semejante burla!", pensó la joven. “Esta rosa podría causar la muerte a la primera mariposa que se pose el ella”, grito la joven al noble dejando caer la rosa al suelo y se alejó de allí a toda prisa. El noble del pueblo después de movilizar a cada florista de la región para encontrar la rosa, tuvo que seguir el consejo del florista del pueblo, impregnar una rosa blanca con un líquido venenoso de color azul.

A los pocos días apareció a las puertas del palacio el fornido guardián. El joven traía una pequeña cajita que entregó a Yaritza. Extrañada la aceptó y la abrió para ver su contenido. En efecto, era una rosa azul, pero no era lo que esperaba, sino un zafiro azul tallado. Sin dudar, Yaritza movió la cabeza al contemplar la joya, esto no era lo que ella había pedido. El guardián había recorrido cada rincón de su región, reclutando a cada joven, para que le ayudara, pero no la había encontrado. De vuelta en casa, abatido, su madre le sugirió la idea de la joya. Él aceptó resignado.

El médico del pueblo, creyéndose victorioso ante el fracasó de sus dos mayores rivales, pensó durante mucho tiempo la forma de hallar una rosa azul que la princesa aceptase y al final se le ocurrió una feliz idea. Cogió el hilo de coser las heridas y lo tinto de colorante azul. Y en un pedazo de tela blanco tejió una hermosa rosa azul. Lo colocó en un marco dorado y se encaminó hacia palacio. Yaritza aceptó el regalo con gesto gentil pero confesó que no era una rosa bordada lo que quería y que lamentablemente no podía concederle su mano.

Al llegar noche, la abatida princesa, paseaba después de muchos meses, por los jardines de palacio. A sus oídos llegó una hermosa melodía, esa voz le sonaba era la de su joven amado. Se había vestido con sus mejores galas y en su mano llevaba un frasco de cristal de color azul, en su interior, había una rosa, probablemente de color blanco, pero no importaba, podía verse de color azul. Cogió el frasco entre sus manos y corrió hacia donde estaba su padre y le dijo: “Es él, es el hombre con el que me quiero casar”. El rey resignado tuvo que aceptarlo pues había conseguido traerle la rosa azul y sabía que su hija no aceptaría a ningún otro que no fuera él. Así fue como Yaritza y el jardinero fueron felices el resto de su vida.

26 noviembre 2018

Leyendas Españolas - La Cruz del Diablo (Cuenca)




En Cuenca, ciudad de misterios, enigmas y empedradas calles repletas de pasajes históricos se cuenta una leyenda en la que antaño, un joven mozo se enamoró de una bella dama, la más linda que jamás había pisado las calles de esta ciudad, pero la cuál escondía tras su belleza un terrible secreto.



Desde la calle Pilares, bajando por un precioso empedrado, llegamos a la ermita santuario de las Angustias, erigida en el siglo XIV, aunque la actual data del siglo XVIII y es el lugar donde se centra esta leyenda.



Vivía por estas calles un hermoso muchacho, hijo del oidor de la villa. El bello zagal, en edad de efectuar sus correrías, no dejaba una sin probar, y así tomó fama de mentiroso, pendenciero y, además, bravucón; a nada de ello podían dar crédito sus familiares, pues el honorable cargo que desempeñaba el padre era, sin duda, signo de buena estirpe y descendencia.



Pero de cómo fueron las cosas en aquella época nadie lo sabe, el caso es que el muchacho corría una tras otra a todas las doncellas casaderas del lugar y, luego de cortejarlas y conseguir sus propósitos placenteros, las dejaba plantadas, sin más.



Pero un día, conoció a una dama bellísima como la luna y seductora como el diamante; además era forastera y recién llegada a la ciudad. Cuando paseaba por las calles, las mujeres bajaban sus miradas y de reojo miraban qué hombre era el primero en lanzarle una sonrisa, pues la chica dejaba a todo el mundo con la boca abierta por su belleza e irresistible impulso.



Los jóvenes salían a su encuentro para simplemente saludarla e intercambiar un buenos días o buenas tardes, cosa que siempre hacía simpática y risueña. Hasta que un buen día, nuestro apuesto galán decidió lanzarse y presentarse. La hermosa mujer lo correspondió y le dijo que se llamaba Diana. Contento y presuntuoso, se fue con el resto de sus amigotes para vacilar un poco ante ellos de que ya sabía incluso su nombre.



Diana, que tonta no era, también se percató de la belleza del joven, al que con el tiempo fue conociendo mejor, pero viendo sus claras intenciones, le daba largas y largas.



El muchacho cambió, se quedó ensimismado con Diana, estaba totalmente obcecado con ella y con hacerla suya, algo que ella le ponía muy, muy difícil. Quizá por eso de que a los hombres nos gustan los logros difíciles, éste se lo tomó como todo un reto personal e incluso declinó las ofertas de sus amigos, con los que iba de correrías.



Y una mañana, en vísperas de Todos los Santos, Diana le hizo llegar una misiva que el joven leyó sorprendido y de muy buen agrado: “Te espero en la puerta de las Angustias. Seré tuya en la Noche de los Difuntos”.



Por fin el muchacho iba a conseguirla. Esa noche se arregló tanto como pudo. Con sus mejores ropas y las fragancias más sublimes que guardaba para las ocasiones especiales, salió a conquistar a esa dama que tan loco lo volvía.



Pero esa noche se fraguó una tormenta. Los truenos retumbaban y el cielo se iluminaba como si de fuego se tratase. Él debía estar a la hora prevista en el lugar donde Diana lo había citado. Y allí, raudo y veloz, cruzó las cuatro calles que lo separaban de la puerta de las Angustias y vio a la bella doncella, ataviada con ropas que parecían de princesa.



Su corazón latía más de prisa a cada paso que daba, y su deseo era tan ardiente que las botas parecían quemar las plantas de sus pies y lo hacían alargar las zancadas.



Ella estaba en el atrio y él se abalanzó contra ella, que le respondió con unos besos tan dulces y tiernos que el muchacho, loco de desesperación, fue intensificando sus caricias hasta que sus manos comenzaron a levantar su falda.



Los truenos caían y los relámpagos iluminaban los rostros de los de los capiteles dejando intuir sombras diablescas, pero los dos jóvenes estaban tan arrebatados por la pasión que no se percataron ni de la tormenta.



Ella, casi tan encendida como él, incluso levantaba su falda más aprisa con el fin de que el muchacho consiguiera su propósito. Cuando descubrió sus preciosas y blancas piernas, vio que llevaba unos chapines altos. El muchacho fue quitándole el derecho poco a poco y de repente cayó un rayo que iluminó de pleno el pie de Diana, que resultó no ser un pie, sino una pezuña; y su pierna, la de un macho cabrío.



Aterrorizado, el joven tiró el zapato y salió corriendo dando gritos de terror y espanto. A su vez Diana, que era el mismísimo diablo, con una voz profunda, cavernosa y estrepitosamente desgarrada, lanzaba carcajadas que resonaban entre las antiguas piedras del santuario.



El joven, presa del pánico, se abrazó a la cruz que había en la puerta de las Angustias; el diablo se abalanzó sobre él, lanzándole un zarpazo al tiempo que sonaba un trueno inmenso. Cuando el chico abrió los ojos, el zarpazo le había rozado el hombro y había dejado una marca en la piedra, todavía humeante.



Se dice que el chico ingresó en el santuario de las Angustias y nunca más volvió a ver la luz del día…. ni de la noche.



Y allí, en la puerta de este lugar, podemos ver la famosa cruz de piedra a la que el joven apuesto y bravucón terminó por agarrarse para salvarse del zarpazo del diablo, que quedó grabado en la piedra y que todavía puede verse.


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24 noviembre 2018

Cuanto te echo de menos

Nunca sabrás cuanto te echo de menos,
porque nunca hablaremos de eso.

Nunca volveremos a cantar juntas,
porque nunca estaremos juntas otra vez.

Nunca gastaremos más bromas a nadie,
porque nunca confiaré en ti de nuevo.

Nunca iremos de viaje a Florida,
porque nunca nos volveremos a ver.

Nunca hablaremos de OT,
porque nunca oiremos nuestras voces.

Nunca iremos a un concierto de BSB,
porque nunca planearemos nada juntas.

Nunca sabrás cuanto te echo de menos,
porque nunca hablaremos de eso.

Nunca pensé cuanto te echaría de menos,
porque sólo habrá odio en tu nombre.

Nunca volveré a cantar con nadie,
porque tu serás insustituible.

Nunca gastaré más bromas a nadie,
porque las tuyas siempre serán únicas.

Nunca iré de viaje a Florida,
porque nunca podré ir contigo

Nunca hablare de OT con nadie,
porque nadie me entiende como tú.

Nunca iré a un concierto de BSB,
porque si no es contigo, ya no importa.

Nunca pensé cuanto te echaría de menos,
porque sólo había odio en tu nombre.

17 noviembre 2018

Condena de amor

Estoy condenada a amarte
a amarte, durante toda mi existencia,
pero tu sólo me ves como una amiga,
eso debería ser suficiente para mi,
si es que no estuviera enamorada de ti.

Si algún día me mirases
como a una chica cualquiera
y no como a una amiga,
te darías cuenta
de que estoy loca por ti,
abre los ojos y mírame.

Se muy bien que desde este lugar
yo no llego a donde estas tú,
es esta mi fortuna,
es este mi castigo,
te estoy amado
y todo lo he perdido.

Te esperaré siete vidas si tu quieres
pero no me pidas que te olvide,
porque moriría al instante.