—¿Tú eres Pepe, mi amigo, no?
No me atrevo ni a mirarle, llevaba meses ocultándoselo y, ayer, acabó descubriéndolo. Sabía que iba a terminar pasando, pero no había tenido el valor de mirarle a los ojos y decírselo. Su amigo Pepe. Sonaba tan raro, tan lejano. Parece que todo ocurrió en otra vida. Una infancia llena de miedos e inseguridades. No sé por qué he vuelto ni por qué me quedé en este maldito pueblo. Vine a vender la casa de mis padres y cuando me crucé con él, no pude volver a irme. Trajo al presente, los recuerdos que durante años había escondido en un lugar de mi memoria donde no dolían.
—¿Por qué no me lo has contado? —me vuelve a preguntar Lucas.
—Queda poco en mí, de esa persona que conociste —le respondo.
—Te equivocas. Desde el primer momento en el que te vi, supe que te conocía. ¡Debes de pensar que soy un idiota por no reconocerte!
Habían pasado tres lustros desde la última vez que nos vimos. Tenía doce años cuando dejé el pueblo, o mejor dicho, desde el día que mis padres me echaron de casa. No pudieron aceptar los sucesos que acontecieron ese día. Con el tiempo, acabé perdonándoles. Simplemente, no pudieron soportarlo, no era su culpa; sino de la educación con la que se habían criados.
|