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La apariencia física es el conjunto de características visibles y estéticas que diferencian a cada ser humano. Va mucho más allá de ser un simple “envoltorio”: influye en cómo nos perciben los demás, en cómo nos relacionamos y, en muchos casos, también en cómo nos percibimos a nosotros mismos. En narrativa, la apariencia de un personaje puede ser la primera impresión que recibe el lector y, en consecuencia, una herramienta poderosa para transmitir su personalidad, estado de ánimo o incluso su papel dentro de la historia.
La imagen refleja, en buena medida, aspectos internos del personaje. Aunque no siempre lo que vemos coincide con lo que realmente es, el aspecto exterior suele ser la vía más inmediata para proyectar rasgos de carácter. Por ejemplo, un personaje con un vestuario cuidado y colores llamativos puede transmitir seguridad y extroversión, mientras que otro con ropa gastada y postura encorvada podría insinuar timidez o cansancio vital.
Es importante tener en cuenta que las diferencias físicas pueden surgir de muchos factores: algunas son genéticas, otras aparecen con el paso de los años o a raíz de una enfermedad, y muchas más tienen que ver con la elección consciente del propio personaje en cuanto a cómo desea presentarse al mundo. Todo esto abre un abanico de posibilidades creativas para el escritor.
A continuación, algunos aspectos que puedes considerar a la hora de dar forma a la apariencia de tus personajes:
Incluyen los rasgos físicos básicos con los que nace un ser humano y que lo distinguen de otros: altura, peso, tono de piel, color y tipo de cabello, color de ojos, forma de la nariz, orejas o cuerpo. También entran aquí las marcas singulares como lunares, pecas, cicatrices o deformaciones.
En narrativa, estos rasgos pueden servir como sello distintivo de un personaje. Pensemos en la cicatriz en la frente de Harry Potter o en la cojera del inspector Wallander: no solo los hacen reconocibles, sino que aportan trasfondo a su historia.
El paso del tiempo deja huellas visibles: arrugas, pérdida de cabello, encanecimiento o deterioro físico. Estos cambios pueden reforzar la evolución del personaje a lo largo de la trama. Un héroe que envejece frente al lector adquiere una profundidad especial porque muestra vulnerabilidad.
Son las reacciones inmediatas del cuerpo: ruborizarse, sudar, llorar, temblar o desmayarse. Estas señales permiten mostrar emociones sin necesidad de describirlas explícitamente. Por ejemplo, que un personaje empiece a sudar y tartamudear al hablar con alguien ya comunica nerviosismo sin necesidad de añadir “estaba nervioso”.
La vestimenta y los adornos son un lenguaje en sí mismos. Un traje elegante puede indicar estatus, mientras que una camiseta desgastada refleja sencillez o descuido. También entran aquí el peinado, el maquillaje, los tatuajes o los piercings. Todos estos elementos son herramientas de expresión y pueden servir para reforzar la personalidad del personaje o incluso para contradecirla: alguien con un aspecto intimidante podría ser, en el fondo, dulce y amable.
Gafas, relojes, audífonos, auriculares, joyas, armas, dispositivos electrónicos… Estos objetos, aunque temporales, forman parte de la manera en que el personaje se presenta. Además, pueden ser símbolos o extensiones de su identidad: un detective con una vieja libreta de apuntes, una heroína con un amuleto heredado o un adolescente que nunca se separa de sus auriculares.
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Cuando pensamos en comunicación, lo primero que suele venirnos a la mente son las palabras. Sin embargo, gran parte de lo que transmitimos no lo decimos con la voz, sino con gestos, miradas… e incluso con la distancia que mantenemos con los demás. Aquí entra en juego la proxémica, una disciplina de la comunicación no verbal que estudia cómo usamos el espacio a nuestro alrededor y qué significa.
La proxémica analiza cómo la cercanía o lejanía física refleja nuestras relaciones, emociones y niveles de confianza. No nos colocamos a la misma distancia de un desconocido en la cola del supermercado que de un buen amigo o de nuestra pareja. Y no es casualidad: esas “fronteras invisibles” influyen en nuestra comodidad y en la percepción que los otros tienen de nosotros.
La distancia que mantenemos depende de varias cosas:
El antropólogo Edward T. Hall, considerado el padre de la proxémica, estableció cuatro niveles de interacción que explican cómo nos relacionamos físicamente con los demás:
La proxémica nos ayuda a interpretar mejor las relaciones humanas y a comunicarnos de manera más efectiva. Saber respetar el espacio personal puede marcar la diferencia entre generar confianza o incomodar.
Además, es una herramienta muy útil en ámbitos como:
En resumen, el espacio personal no es un capricho: es un lenguaje silencioso que dice mucho de nosotros y de nuestras relaciones. La proxémica nos recuerda que, además de lo que decimos, importa cómo nos colocamos al decirlo.
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En la comunicación no todo se dice con palabras. Nuestros gestos, posturas y la forma en que utilizamos el contacto físico también transmiten información valiosa. A veces, lo que callamos con la boca lo grita nuestro cuerpo.
El contacto físico en las conversaciones varía según el contexto, la edad y, sobre todo, el tipo de relación entre las personas. No es lo mismo un apretón de manos en una reunión laboral que un abrazo entre amigos o una caricia en pareja.
El tacto cumple dos funciones principales:
Algunos ejemplos de momentos en los que solemos recurrir al contacto físico son:
En resumen, tocar no es un gesto banal: es un recurso poderoso que puede acercar a las personas o marcar distancias.
La postura es la forma en que colocamos nuestro cuerpo en un momento dado. Aunque parezca un detalle menor, dice mucho sobre nuestro estado físico y emocional, e incluso sobre cómo enfrentamos una situación.
Podemos distinguir dos tipos de factores que influyen en la postura:
La postura, por tanto, no es solo una cuestión de comodidad o salud: es un reflejo de lo que sentimos y una señal visible para quienes nos rodean.
Tanto el contacto físico como la postura forman parte del lenguaje no verbal que utilizamos de manera constante. Comprenderlos y ser conscientes de ellos nos ayuda a comunicarnos mejor, a interpretar lo que otros nos transmiten y a proyectar la imagen que realmente queremos mostrar.
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