Las leyendas siempre han acompañado las mansas aguas del lago de Bañolas.
Su mismo origen ya tiene un halo de misterio. El lago se alimenta de los acuíferos procedentes del norte y el oeste, en la zona de la Alta Garrotxa, en el norte de Girona. Desde allí, las aguas se filtran y corren a través de una red subterránea de canales, conocida como el “acuífero confinado”. A continuación, el agua brota hacia el exterior formando una cuenca que fascinó al hombre del Neolítico, que se estableció en uno de los recodos del lago hace más de 7.000 años. Una reproducción de las cabañas de ese pueblo que vivió a orillas del lago y de las cuevas de Serinyà, a un par de kilómetros de Bañolas, se alzan al lado del parque de la Draga. Es el punto de partida ideal para pasear por esta zona. Esas construcciones reproducen una vivienda y un granero de aquella época e invitan a entrar en un mundo que parece muy lejano pero que en realidad no lo es. Es el mundo que nos ha precedido y que, tal como me contaba Eudald Carbonell, buen conocedor de este paraje, no es tan distinto del que nos ha tocado vivir. Decía el arqueólogo sobre los habitantes neolíticos de Bañolas: “Tan solo la tecnología nos separa de ellos”. Carbonell sostiene que el motor de sus vidas entre estos sauces llorones era el mismo que el nuestro: “Buscar la paz y la tranquilidad propia y la del clan”. Sin embargo, el entorno de hace miles de años era distinto al que nos ofrece el paseo bucólico y apacible que nos recibe ahora. Y la atmósfera a orillas del río era propicia al misterio, a ocultar secretos, por ejemplo, donde se podían pescar los preciados triops, un crustáceo prehistórico, cuyo rastro se pierde en el tiempo. Este misterio que envuelven las enigmáticas aguas del lago es aún mayor cuando recorres su perímetro y te encuentras con unos parajes que son el marco adecuado para que vuele la imaginación.
Es sorprendente la facilidad con la que el lago cambia el color de sus aguas. Al alba reflejan los destellos dorados del sol. Por la mañana se vuelve azul turquesa, verde esmeralda o gris claro. De lejos le da un toque tornasolado que ensombrece alguna de las zonas más profundas, donde abundan las algas. Todo depende si brilla el sol o si sopla el viento. Si esto ocurre, sobre todo al atardecer, el agua coge tonos rosados y lilas. Si llueve, el lago se escapa de sus límites, las aguas inundan los caminos y la niebla se desliza por la superficie del agua hasta conferirle un aire abrupto, tenebroso y misterioso. No es extraño que la tradición situara aquí la morada de un temible dragón. Lo que dio origen al Hoyo del Dragón o el Clot del Drac. Una historia que hunde sus raíces en un pasado un tanto pantanoso, cuando el agua del lago inundaba el paraje de la Draga y se canalizaba a través de una grieta en una roca. A partir de esta hendidura, el agua bajaba como en un embudo y producía tal ruido que parecía que un monstruo se estuviera tragando a una persona. Este hecho, según cuenta Àngel Vergés, historiador local, hace suponer que los hombres del Neolítico que vivían cerca de las aguas del lago empezaran a explicar historias fantásticas de esta grieta. Descubrieron el lago y aprovecharon las posibilidades que sus aguas les ofrecían. Hoy en día la mejor manera de descubrir y conocer a fondo el lago de Bañolas es internarse en sus rincones naturales, que nos ofrecerán una visión del estanque distinta a cada paso. Me contaron que en el fondo del lago se encontraba sumergido un palacio de cristal habitado, según cuentan, por las alojas, las mujeres de agua. Unas criaturas que son una adaptación local de las ninfas como representaciones de las fuerzas femeninas de la naturaleza. Mujeres que suben a la superficie y que seducen con sus cánticos a aquellos hombres que se atreven a pasear cerca del lago. Dicen que quedan cautivados por sus dulces melodías y, cuando se aproximan al agua, se ven atrapados por un abrazo mortal que se los lleva aguas adentro hacia su palacio. Por tanto, cuidado con acercarse demasiado al lago no vaya a ser que nos sorprenda una aloja. Sin luna llena no hay que preocuparse. Solo cuando se dé esta circunstancia salen y debemos andar con cautela y los ojos bien abiertos. Pero los sentidos también es recomendable tenerlos aguzados para recorrer los siete kilómetros del lago. Y hacerlo despacio. Lo recomendable es hacer paradas para disfrutar de todos y cada uno de los espacios.
Si partimos del parque de la Draga, donde se permite el pícnic, recorreremos la orilla del lago y, conforme avancemos, el paisaje y la vegetación van a ir cambiando. Pasaremos por zonas de álamos y chopos, cañizales y sauces, cruzaremos bosques de robles y encinas, observaremos las pesqueras, unas construcciones muy originales de las que solo quedan 20. Estas pequeñas instalaciones servían a mediados del siglo XIX para pescar. Más tarde, aumentaron de tamaño para que en ellas se pudiese guardar una barca, signo de riqueza. Finalmente, hacia 1930, con la práctica del remo y el auge de la burguesía bañolina se ampliaron, e incluso alguna se convirtió en vivienda para alojar a sus propietarios, donde también acudían invitados para bañarse y pescar.
Llegando a la zona dels Estanyols y, poco después, al Brollador de la Riera Castellana, podemos hacer un alto en el camino y tomar algo en cualquiera de los restaurantes que tienen vistas al lago. En la zona dels Desmais, un remanso aún más bucólico si cabe lleno de sauces, cerca de l’Estanyol del Vilar, una laguna preciosa que precede al encuentro de dos fuentes de leyenda, la Font del Ferro y la de la Filosa. Esta última se construyó en homenaje a los versos que el poeta Mossèn Cinto Verdaguer, de veraneo en Bañolas en 1884, escribió y luego incluyó en su célebre poema ‘Canigó’.
“Tota la nit he filat: / vora l’estany de Banyoles, / al cantar del rossinyol, / al refilar de les gojes. / Mon fil era d’or, / d’argent la filosa, / los boscos vehins / m’han pres per l’aurora” (toda la noche he estado hilando / cerca del lago de Bañolas / mientras cantaba el ruiseñor, / al gorjeo de las alojas. / Mi hilo era de oro, de plata la rueca, / los bosques cercanos / me han tomado por la aurora).
Un viaje al lago de Bañolas es pura poesía. Ya lo dijo Aristóteles: “Si la historia explica lo que pasó, la poesía explica lo que debería haber pasado”. Y este es el sentimiento que les acompañará a lo largo del recorrido por este lago de leyenda.
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Su mismo origen ya tiene un halo de misterio. El lago se alimenta de los acuíferos procedentes del norte y el oeste, en la zona de la Alta Garrotxa, en el norte de Girona. Desde allí, las aguas se filtran y corren a través de una red subterránea de canales, conocida como el “acuífero confinado”. A continuación, el agua brota hacia el exterior formando una cuenca que fascinó al hombre del Neolítico, que se estableció en uno de los recodos del lago hace más de 7.000 años. Una reproducción de las cabañas de ese pueblo que vivió a orillas del lago y de las cuevas de Serinyà, a un par de kilómetros de Bañolas, se alzan al lado del parque de la Draga. Es el punto de partida ideal para pasear por esta zona. Esas construcciones reproducen una vivienda y un granero de aquella época e invitan a entrar en un mundo que parece muy lejano pero que en realidad no lo es. Es el mundo que nos ha precedido y que, tal como me contaba Eudald Carbonell, buen conocedor de este paraje, no es tan distinto del que nos ha tocado vivir. Decía el arqueólogo sobre los habitantes neolíticos de Bañolas: “Tan solo la tecnología nos separa de ellos”. Carbonell sostiene que el motor de sus vidas entre estos sauces llorones era el mismo que el nuestro: “Buscar la paz y la tranquilidad propia y la del clan”. Sin embargo, el entorno de hace miles de años era distinto al que nos ofrece el paseo bucólico y apacible que nos recibe ahora. Y la atmósfera a orillas del río era propicia al misterio, a ocultar secretos, por ejemplo, donde se podían pescar los preciados triops, un crustáceo prehistórico, cuyo rastro se pierde en el tiempo. Este misterio que envuelven las enigmáticas aguas del lago es aún mayor cuando recorres su perímetro y te encuentras con unos parajes que son el marco adecuado para que vuele la imaginación.
Es sorprendente la facilidad con la que el lago cambia el color de sus aguas. Al alba reflejan los destellos dorados del sol. Por la mañana se vuelve azul turquesa, verde esmeralda o gris claro. De lejos le da un toque tornasolado que ensombrece alguna de las zonas más profundas, donde abundan las algas. Todo depende si brilla el sol o si sopla el viento. Si esto ocurre, sobre todo al atardecer, el agua coge tonos rosados y lilas. Si llueve, el lago se escapa de sus límites, las aguas inundan los caminos y la niebla se desliza por la superficie del agua hasta conferirle un aire abrupto, tenebroso y misterioso. No es extraño que la tradición situara aquí la morada de un temible dragón. Lo que dio origen al Hoyo del Dragón o el Clot del Drac. Una historia que hunde sus raíces en un pasado un tanto pantanoso, cuando el agua del lago inundaba el paraje de la Draga y se canalizaba a través de una grieta en una roca. A partir de esta hendidura, el agua bajaba como en un embudo y producía tal ruido que parecía que un monstruo se estuviera tragando a una persona. Este hecho, según cuenta Àngel Vergés, historiador local, hace suponer que los hombres del Neolítico que vivían cerca de las aguas del lago empezaran a explicar historias fantásticas de esta grieta. Descubrieron el lago y aprovecharon las posibilidades que sus aguas les ofrecían. Hoy en día la mejor manera de descubrir y conocer a fondo el lago de Bañolas es internarse en sus rincones naturales, que nos ofrecerán una visión del estanque distinta a cada paso. Me contaron que en el fondo del lago se encontraba sumergido un palacio de cristal habitado, según cuentan, por las alojas, las mujeres de agua. Unas criaturas que son una adaptación local de las ninfas como representaciones de las fuerzas femeninas de la naturaleza. Mujeres que suben a la superficie y que seducen con sus cánticos a aquellos hombres que se atreven a pasear cerca del lago. Dicen que quedan cautivados por sus dulces melodías y, cuando se aproximan al agua, se ven atrapados por un abrazo mortal que se los lleva aguas adentro hacia su palacio. Por tanto, cuidado con acercarse demasiado al lago no vaya a ser que nos sorprenda una aloja. Sin luna llena no hay que preocuparse. Solo cuando se dé esta circunstancia salen y debemos andar con cautela y los ojos bien abiertos. Pero los sentidos también es recomendable tenerlos aguzados para recorrer los siete kilómetros del lago. Y hacerlo despacio. Lo recomendable es hacer paradas para disfrutar de todos y cada uno de los espacios.
Si partimos del parque de la Draga, donde se permite el pícnic, recorreremos la orilla del lago y, conforme avancemos, el paisaje y la vegetación van a ir cambiando. Pasaremos por zonas de álamos y chopos, cañizales y sauces, cruzaremos bosques de robles y encinas, observaremos las pesqueras, unas construcciones muy originales de las que solo quedan 20. Estas pequeñas instalaciones servían a mediados del siglo XIX para pescar. Más tarde, aumentaron de tamaño para que en ellas se pudiese guardar una barca, signo de riqueza. Finalmente, hacia 1930, con la práctica del remo y el auge de la burguesía bañolina se ampliaron, e incluso alguna se convirtió en vivienda para alojar a sus propietarios, donde también acudían invitados para bañarse y pescar.
Llegando a la zona dels Estanyols y, poco después, al Brollador de la Riera Castellana, podemos hacer un alto en el camino y tomar algo en cualquiera de los restaurantes que tienen vistas al lago. En la zona dels Desmais, un remanso aún más bucólico si cabe lleno de sauces, cerca de l’Estanyol del Vilar, una laguna preciosa que precede al encuentro de dos fuentes de leyenda, la Font del Ferro y la de la Filosa. Esta última se construyó en homenaje a los versos que el poeta Mossèn Cinto Verdaguer, de veraneo en Bañolas en 1884, escribió y luego incluyó en su célebre poema ‘Canigó’.
“Tota la nit he filat: / vora l’estany de Banyoles, / al cantar del rossinyol, / al refilar de les gojes. / Mon fil era d’or, / d’argent la filosa, / los boscos vehins / m’han pres per l’aurora” (toda la noche he estado hilando / cerca del lago de Bañolas / mientras cantaba el ruiseñor, / al gorjeo de las alojas. / Mi hilo era de oro, de plata la rueca, / los bosques cercanos / me han tomado por la aurora).
Un viaje al lago de Bañolas es pura poesía. Ya lo dijo Aristóteles: “Si la historia explica lo que pasó, la poesía explica lo que debería haber pasado”. Y este es el sentimiento que les acompañará a lo largo del recorrido por este lago de leyenda.
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