Leyenda de amor, cuya ubicación la encontramos en la Plaza de San Justo, delante de la Iglesia de Santos Justo y Pastor, muy cerca de la Catedral en un momento convulso como fue el reinado de Enrique IV y donde las familias nobles luchaban por el poder real.
Cuenta la leyenda que una noche, Don Diego de Ayala iba de camino hacia la plaza de San Justo para encontrarse con su enamorada Doña Isabel, vecina de ese lugar. Don diego cuando llega a la plaza y, como buen cristiano, hizo una breve oración al Cristo de la Misericordia que se encontraba en la fachada del templo. Justo en ese momento, empezó a escuchar unas voces de una mujer que parecía estar en peligro y que provenían de uno de los callejones aledaños a la iglesia. Raudo, salió en busca de esa dama.
Cuando don Diego se metió por uno de los callejones cercanos, pudo contemplar una dama, que estaba siendo atacada por varios caballeros. Para su sorpresa, esa dama era Doña Isabel, su enamorada, y los que la atacaban, los Silva, enemigos acérrimos de su familia. No tenía más remedio, aunque sabía que poco iba a poder hacer, tenía que salvar a su amada de manos de esos malvados.
Enfrentándose a ellos y herido, consigue arrebatarles a la mujer, pero no llegaron lejos: quedaron rodeados en la esquina de la Iglesia, debajo del Cristo de la Misericordia al que antes le había dedicado una oración. Dándose ya por muertos, pidió al Cristo que, si tenía que morir alguien, que fuera él, ya que su amada no tenía culpa de los enfrentamientos de sus familias. Y justo en ese momento, la pared sobre la que se apoyaban se abrieron como si fuera un cortinaje, y se tragó al interior del templo a la pareja de enamorados.
Los Silva no tuvieron la misma suerte: la pared volvió a hacerse piedra, y por más espadazos que dieron, no consiguieron nada. Así que, raudos, fueron a la puerta principal para intentar forzarla y darles caza. Pero las campanas de la iglesia empezaron a tañer con tal fuerza, que los vecinos salieron asustados por las horas, y por si se trabaja de algún incendio en una de las casas del barrio.
Los Silva, ante esto, salieron huyendo y los vecinos, queriendo comprobar que todo estaba correcto, acompañados del sacerdote entraron a la iglesia y, efectivamente, todo estaba intacto salvo un pequeño detalle: detrás del altar, agazapados, estaba esta pareja, y todos comprendieron que lo que allí había pasado había sido un milagro: fueron salvados por el Altísimo de una muerte segura. Todo fueron celebraciones.
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