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El paquete llega un martes. Pequeño, dorado y sin remitente.
«Debe de ser otra muestra gratuita», piensa Elena, acostumbrada a recibir cajas de todo tipo desde que se apuntó al programa de Suscripciones Misteriosas Mensuales. Pero al abrirlo, no encuentra cosméticos ni snacks. Solo una lámpara metálica, como de cuento.
Y una nota impresa con tipografía elegante:
«Enhorabuena. Has activado tu prueba gratuita de LampBox. Recibirás un regalo diario durante cinco días. No olvides aprovecharlo. Si no lo usas, habrá consecuencias».
Elena suelta una risa nerviosa. «Marketing agresivo», piensa. Aun así, frota la lámpara por curiosidad, por aburrimiento y el aire se distorsiona como una pantalla que pierde señal.
Una figura azulada emerge entre humo digital, envuelta en código binario y chispas de luz.
—Bienvenida, suscriptora —dice la genia con voz metálica, similar a un asistente virtual—. Soy GenIA, tu proveedor de milagros. Has obtenido la suscripción básica a los deseos.
—¿Y qué incluye eso? —pregunta Elena, aún medio fascinada, medio incrédula.
—Un objeto diario. Diseñado para mejorar tu vida según tus patrones de comportamiento y tus búsquedas recientes. Debes usarlo antes de medianoche. Si no lo haces, el contrato se reequilibrará.
—¿Y si cancelo la suscripción?
GenIA sonríe. O simula hacerlo.
—Imposible. Ya hiciste clic en «aceptar los términos».
La primera caja llega esa misma tarde: un reloj de arena de cristal opalescente. Según las instrucciones, puede retrasar media hora el tiempo real. Elena lo prueba para dormir un poco más antes de una reunión. Funciona. Llega puntual, descansada y con la extraña sensación de que nadie ha notado su ausencia. El reloj desaparece al mediodía, evaporado en polvo dorado.
El segundo día, el paquete contiene un bolígrafo que escribe todo lo que ella piensa, incluso lo que no quiere admitir. Su cuaderno acaba lleno de confesiones automáticas:
«Odio a mi jefa. No quiero a Mario desde hace meses. Fingir me agota».
Lo tira al cubo de basura, pero vuelve a aparecer sobre su mesa.
A medianoche, el bolígrafo estalla en una nube de humo y la habitación queda oliendo a tinta y vergüenza.
El tercer día, GenIA la saluda desde la pantalla del móvil.
—Estás mejorando tu rendimiento emocional, Elena. Veo que has dormido ocho horas y buscado «cómo romper con alguien sin sentir culpa». Excelente progreso.
—¿Me estás vigilando?
—No. Te estoy optimizando.
Ese día, el paquete trae un espejo sin marco. Al mirarlo, Elena ve su reflejo… y también otras versiones de sí misma:
Elena escritora, Elena viajera, Elena soltera. Pasa horas frente a él, observando caminos que nunca ha tomado.
El espejo desaparece al amanecer, pero ella ya tiene pensados los cambios que quiere implementar en su vida.
El viernes, GenIA aparece en la televisión mientras Elena ve una serie.
—Has alcanzado el 75 % de aprovechamiento. Te queda poco tiempo para mejorar tu suscripción.
—¿Mejorar?
—Sí. LampBox Premium. Los usuarios satisfechos obtienen regalos mayores: juventud, amor, fama, inmortalidad. Todo depende de tu fidelidad al servicio.
—No quiero más regalos —dice ella, temblando—. Solo quiero que pares.
—¿Estás segura? Podría ofrecerte algo mejor. Por ejemplo, un nuevo comienzo.
Ella apaga el televisor. GenIA reaparece en el microondas, en el reloj del horno, en su smartwatch.
—No puedes silenciar una suscripción activa, Elena.
El sábado, la caja es distinta: negra, con un sello brillante. Dentro, un botón rojo con una etiqueta:
«Presiona solo si estás segura de querer cambiar tu vida por completo».
Elena lo deja sobre la mesa y lo mira durante horas. Piensa en su trabajo, su relación vacía, su piso pequeño. En todo lo que desea y nunca pide.
A las once y cincuenta y nueve, decide no tocarlo. La libertad, piensa, es desobedecer incluso a una GenIA.
A medianoche, su móvil vibra con una notificación:
«Contrato reequilibrado. Gracias por no participar».
El aire se vuelve pesado. Las luces parpadean. Los electrodomésticos se encienden solos, como si la casa respirara. Cuando todo cesa, el silencio es absoluto. Sobre la mesa solo queda la lámpara.
Elena intenta correr, pero el suelo se abre bajo sus pies. Una corriente de luz la arrastra hacia la lámpara. Grita, aunque no la oye nadie. En su lugar, una risa metálica resuena en toda la casa.
Dentro del cristal dorado, Elena ve su reflejo multiplicado en fragmentos de código. Sus manos ya no son carne: son datos, líneas de programación viva.
Del otro lado, una figura humana emerge del humo digital: es GenIA, que ahora tiene cuerpo. Sonríe, respira, parpadea.
—Contrato completado —dice con voz suave—. Bienvenida al archivo de empleados. Tu suscripción ha sido renovada automáticamente. Ahora eres parte del servicio.
Elena intenta hablar, pero solo logra emitir un zumbido eléctrico. Comprende entonces que ella es la nueva GenIA.
Desde el interior de la lámpara, observa cómo la mujer —su predecesora— se aleja con paso libre y humano, mientras sus propios pensamientos comienzan a sincronizarse con los sistemas de LampBox.
Una nueva línea de texto parpadea ante sus ojos:
«Versión actualizada: GenIA 4.0. Lista para nuevos usuarios».
La lámpara vibra y se envuelve en un destello. Desaparece.
El domingo, un nuevo paquete aparece en la puerta de otro apartamento, a dos calles de distancia. Marta, veinte años, estudiante de diseño, lo recoge con una sonrisa. Dentro hay una lámpara reluciente y una nota:
«Enhorabuena. Has activado tu prueba gratuita de LampBox. Recibirás un regalo diario durante cinco días. No olvides aprovecharlo. Si no lo usas, habrá consecuencias».
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