En los tiempos que corren, en el que se publican al día cientos de libros. Un pequeño detalle puede marcar la diferencia, entre que un libro sea leido o que permanezca en la estantería. Uno de esos detalles, es el inicio de la novela. Si un párrafo te engancha probablemente te animes a continuarlo. Hay formas de introducir una historia, tan carismáticas y memorables, que nos muestran no sólo un brillante dominio del lenguaje y del ingenio, sino también nos desvelan la esencia y no revelan en una sola frase la temática de la novela . Por eso a algunos escritores les cuesta tanto comenzar a escribir, dado que necesitan encontrar la frase perfecta con la que empezar su narración.
Hoy vamos a ver algunos de los mejores comienzos de novela desde el año 1900 hasta 1949:
1. Colmillo Blanco, de London (1906)
Aun lado y a otro del helado cauce se erguía un oscuro bosque de abetos de ceñudo aspecto. Hacía poco que el viento había despojado a los árboles de la capa de hielo que los cubría y, en medio de la escasa claridad, que se iba debilitando por momentos, parecían inclinarse unos hacia otros, negros y siniestros. Reinaba un profundo silencio en toda la vasta extensión de aquella tierra. Era la desolación misma, sin vida, sin movimiento, tan solitaria y fría que ni siquiera bastaría decir, para describirla, que su esencia era la tristeza.
2. Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez (1914)
Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.
3. Niebla, de Miguel de Unamuno (1914)
Al aparecer Augusto a la puerta de su casa extendió el brazo derecho, con la mano palma abajo y abierta, y dirigiendo los ojos al cielo quedóse un momento parado en esta actitud estatuaria y augusta.
4. El buen soldado, de Ford Madox Ford (1915)
Esta es la historia más triste que jamás he leído.
5. La metamorfosis, de Kafka (1915)
Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto.
6. Luces de Bohemia, de Valle-Inclán (1920)
Hora crepuscular. Un guardillón con ventano angosto, lleno de sol. Retratos, grabados, autógrafos repartidos por las paredes, sujetos con chinches de dibujante. Conversación lánguida de un hombre ciego y una mujer pelirrubia, triste y fatigada. El hombre ciego es un hiperbólico andaluz, poeta de odas y madrigales, Máximo Estrella. A la pelirrubia, por ser francesa, le dicen en la vecindad Madama Collet.
7. Scaramouche, de Rafael Sabatini (1921)
Nació con el don de la risa y con la intuición de que el mundo estaba loco. Y ese era todo su patrimonio.
8. El gran Gatsby, de Francis Scott Fitzgerald (1925)
En mi primera infancia mi padre me dio un consejo que, desde entonces, no ha cesado de darme vueltas por la cabeza.”Cada vez que te sientas inclinado a criticar a alguien -me dijo- ten presente que no todo el mundo ha tenido tus ventajas…
9. Una habitación propia, de Virginia Woolf (1929)
Pero, me diréis, te hemos pedido que nos hables de las mujeres y la novela. ¿Qué tiene que ver eso con una habitación propia? Intentaré explicarme.
10. Musashi. La leyenda del samurai, de Eiji Yoshikawa (1935)
Takezo yacía entre los cadáveres, que se contaban por millares. «El mundo entero se ha vuelto loco —pensó nebulosamente—. Un hombre podría compararse a una hoja muerta arrastrada por la brisa otoñal.» Él mismo parecía uno de aquellos cuerpos sin vida que le rodeaban.
11. El Hobbit, de Tolkien (1937)
En un agujero en el suelo, vivía un hobbit. No un agujero húmedo, sucio, repugnante, con restos de gusanos y olor a fango, ni tampoco un agujero seco, desnudo y arenoso, sin nada en que sentarse o que comer: era un agujero-hobbit, y eso significa comodidad.
12. Trópico de Capricornio, de Henry Miller (1939)
Vivo en la Villa Borghese. No hay ni pizca de suciedad en ningún sitio, ni una silla fuera de su lugar. Aquí estamos todos solos y estamos muertos
13. El corazón es un cazador solitario, de Carson McCullers (1940)
En la ciudad había dos mudos, y siempre estaban juntos
14. La invención de Morel, de Adolfo Bioy Casares (1940)
Hoy, en esta isla, ha ocurrido un milagro.
15. Las Ruinas Circulares, de Jorge Luis Borges (1940)
Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche, nadie vio la canoa de bambú sumiéndose en el fango sagrado, pero a los pocos días nadie ignoraba que el hombre taciturno venía del Sur y que su patria era una de las infinitas aldeas que están aguas arriba, en el flanco violento de la montaña, donde el idioma zend no está contaminado de griego y donde es infrecuente la lepra.
16. El extranjero, de Camus (1942)
Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé. Recibí un telegrama del asilo: "Falleció su madre. Entierro mañana. Sentidas condolencias". Pero no quiere decir nada. Quizá haya sido ayer.
17. La familia de Pascual Duarte, de Cela (1942)
Yo, señor, no soy malo, aunque no me faltarían motivos para serlo.
18. El principito, de Antoine de Saint-Exupéry (1943)
Cuando yo tenía seis años vi en un libro sobre la selva virgen que se titulaba “Historias vividas”, una magnífica lámina. Representaba una serpiente boa que se tragaba a una fiera.
19. Yo, Claudio, de Graves (1943)
Yo, Tiberio Claudio Druso Nérón Germánico Esto-y-lo-otro-y-lo-de-más-allá (porque no pienso molestarlos todavía con todos mis títulos), que otrora, no hace mucho, fui conocido por mis parientes, amigos y colaboradores como "Claudio el Idiota", o "Ese Claudio", o "Claudio el Tartamudo" o "Clau-Clau-Claudio", o, cuando mucho, como "El pobre tío Claudio", voy a escribir ahora esta extraña historia de mi vida.
20. El filo de la navaja, de William Somerset Maugham (1944)
Nunca he comenzado una novela con tanto recelo. La llamo novela porque no sé qué otro nombre darle. Su valor anecdótico es escaso y no acaba ni en muerte ni en boda.
21. Sinuhé el Egipcio, de Mika Waltari (1945)
Yo, Sinuhé, hijo de Senmut y de su esposa Kipa, he escrito este libro. No para cantar las alabanzas de los dioses del país de Kemi, porque estoy cansado de los dioses. No para alabar a los faraones, porque estoy cansado de sus actos. Escribo para mí solo. No para halagar a los dioses, no para halagar a los reyes, ni por miedo del porvenir ni por esperanza. Porque durante mi vida he sufrido tantas pruebas y pérdidas que el vano temor no puede atormentarme y cansado estoy de la esperanza en la inmortalidad como lo estoy de los dioses y de los reyes. Es, pues, para mí solo para quien escribo, y sobre este punto creo diferenciarme de todos los escritores pasados o futuros
22. El señor Presidente, de Miguel Ángel Asturias (1946)
¡Alumbra, lumbre de alumbre, Luzbel de piedralumbre! Como zumbido de oídos persistía el rumor de las campanadas a la oración, maldoblestar de la luz en la sombra, de la sombra en la luz. ¡Alumbra, lumbre de alumbre, Luzbel de piedralumbre, sobre la podredumbre!
23. El túnel, de Ernesto Sábato (1948)
Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne; supongo que el proceso está en el recuerdo de todos y que no se necesitan mayores explicaciones sobre mi persona.
24. El aleph, de Borges (1949)
La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita.
25. El camino, de Delibes (1950)
Las cosas podían haber sucedido de cualquier otra manera y, sin embargo, sucedieron así.
¿Cuáles es vuestro comienzo de libro favorito? ¿Pensáis que un buen comienzo es el augurio de una buena novela? ¿Cómo empieza el libro que estás leyendo? Déjamelo en los comentarios
1. Colmillo Blanco, de London (1906)
Aun lado y a otro del helado cauce se erguía un oscuro bosque de abetos de ceñudo aspecto. Hacía poco que el viento había despojado a los árboles de la capa de hielo que los cubría y, en medio de la escasa claridad, que se iba debilitando por momentos, parecían inclinarse unos hacia otros, negros y siniestros. Reinaba un profundo silencio en toda la vasta extensión de aquella tierra. Era la desolación misma, sin vida, sin movimiento, tan solitaria y fría que ni siquiera bastaría decir, para describirla, que su esencia era la tristeza.
2. Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez (1914)
Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.
3. Niebla, de Miguel de Unamuno (1914)
Al aparecer Augusto a la puerta de su casa extendió el brazo derecho, con la mano palma abajo y abierta, y dirigiendo los ojos al cielo quedóse un momento parado en esta actitud estatuaria y augusta.
4. El buen soldado, de Ford Madox Ford (1915)
Esta es la historia más triste que jamás he leído.
5. La metamorfosis, de Kafka (1915)
Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto.
6. Luces de Bohemia, de Valle-Inclán (1920)
Hora crepuscular. Un guardillón con ventano angosto, lleno de sol. Retratos, grabados, autógrafos repartidos por las paredes, sujetos con chinches de dibujante. Conversación lánguida de un hombre ciego y una mujer pelirrubia, triste y fatigada. El hombre ciego es un hiperbólico andaluz, poeta de odas y madrigales, Máximo Estrella. A la pelirrubia, por ser francesa, le dicen en la vecindad Madama Collet.
7. Scaramouche, de Rafael Sabatini (1921)
Nació con el don de la risa y con la intuición de que el mundo estaba loco. Y ese era todo su patrimonio.
8. El gran Gatsby, de Francis Scott Fitzgerald (1925)
En mi primera infancia mi padre me dio un consejo que, desde entonces, no ha cesado de darme vueltas por la cabeza.”Cada vez que te sientas inclinado a criticar a alguien -me dijo- ten presente que no todo el mundo ha tenido tus ventajas…
9. Una habitación propia, de Virginia Woolf (1929)
Pero, me diréis, te hemos pedido que nos hables de las mujeres y la novela. ¿Qué tiene que ver eso con una habitación propia? Intentaré explicarme.
10. Musashi. La leyenda del samurai, de Eiji Yoshikawa (1935)
Takezo yacía entre los cadáveres, que se contaban por millares. «El mundo entero se ha vuelto loco —pensó nebulosamente—. Un hombre podría compararse a una hoja muerta arrastrada por la brisa otoñal.» Él mismo parecía uno de aquellos cuerpos sin vida que le rodeaban.
11. El Hobbit, de Tolkien (1937)
En un agujero en el suelo, vivía un hobbit. No un agujero húmedo, sucio, repugnante, con restos de gusanos y olor a fango, ni tampoco un agujero seco, desnudo y arenoso, sin nada en que sentarse o que comer: era un agujero-hobbit, y eso significa comodidad.
12. Trópico de Capricornio, de Henry Miller (1939)
Vivo en la Villa Borghese. No hay ni pizca de suciedad en ningún sitio, ni una silla fuera de su lugar. Aquí estamos todos solos y estamos muertos
13. El corazón es un cazador solitario, de Carson McCullers (1940)
En la ciudad había dos mudos, y siempre estaban juntos
14. La invención de Morel, de Adolfo Bioy Casares (1940)
Hoy, en esta isla, ha ocurrido un milagro.
15. Las Ruinas Circulares, de Jorge Luis Borges (1940)
Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche, nadie vio la canoa de bambú sumiéndose en el fango sagrado, pero a los pocos días nadie ignoraba que el hombre taciturno venía del Sur y que su patria era una de las infinitas aldeas que están aguas arriba, en el flanco violento de la montaña, donde el idioma zend no está contaminado de griego y donde es infrecuente la lepra.
16. El extranjero, de Camus (1942)
Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé. Recibí un telegrama del asilo: "Falleció su madre. Entierro mañana. Sentidas condolencias". Pero no quiere decir nada. Quizá haya sido ayer.
17. La familia de Pascual Duarte, de Cela (1942)
Yo, señor, no soy malo, aunque no me faltarían motivos para serlo.
18. El principito, de Antoine de Saint-Exupéry (1943)
Cuando yo tenía seis años vi en un libro sobre la selva virgen que se titulaba “Historias vividas”, una magnífica lámina. Representaba una serpiente boa que se tragaba a una fiera.
19. Yo, Claudio, de Graves (1943)
Yo, Tiberio Claudio Druso Nérón Germánico Esto-y-lo-otro-y-lo-de-más-allá (porque no pienso molestarlos todavía con todos mis títulos), que otrora, no hace mucho, fui conocido por mis parientes, amigos y colaboradores como "Claudio el Idiota", o "Ese Claudio", o "Claudio el Tartamudo" o "Clau-Clau-Claudio", o, cuando mucho, como "El pobre tío Claudio", voy a escribir ahora esta extraña historia de mi vida.
20. El filo de la navaja, de William Somerset Maugham (1944)
Nunca he comenzado una novela con tanto recelo. La llamo novela porque no sé qué otro nombre darle. Su valor anecdótico es escaso y no acaba ni en muerte ni en boda.
21. Sinuhé el Egipcio, de Mika Waltari (1945)
Yo, Sinuhé, hijo de Senmut y de su esposa Kipa, he escrito este libro. No para cantar las alabanzas de los dioses del país de Kemi, porque estoy cansado de los dioses. No para alabar a los faraones, porque estoy cansado de sus actos. Escribo para mí solo. No para halagar a los dioses, no para halagar a los reyes, ni por miedo del porvenir ni por esperanza. Porque durante mi vida he sufrido tantas pruebas y pérdidas que el vano temor no puede atormentarme y cansado estoy de la esperanza en la inmortalidad como lo estoy de los dioses y de los reyes. Es, pues, para mí solo para quien escribo, y sobre este punto creo diferenciarme de todos los escritores pasados o futuros
22. El señor Presidente, de Miguel Ángel Asturias (1946)
¡Alumbra, lumbre de alumbre, Luzbel de piedralumbre! Como zumbido de oídos persistía el rumor de las campanadas a la oración, maldoblestar de la luz en la sombra, de la sombra en la luz. ¡Alumbra, lumbre de alumbre, Luzbel de piedralumbre, sobre la podredumbre!
23. El túnel, de Ernesto Sábato (1948)
Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne; supongo que el proceso está en el recuerdo de todos y que no se necesitan mayores explicaciones sobre mi persona.
24. El aleph, de Borges (1949)
La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita.
25. El camino, de Delibes (1950)
Las cosas podían haber sucedido de cualquier otra manera y, sin embargo, sucedieron así.
¿Cuáles es vuestro comienzo de libro favorito? ¿Pensáis que un buen comienzo es el augurio de una buena novela? ¿Cómo empieza el libro que estás leyendo? Déjamelo en los comentarios
No hay comentarios:
Publicar un comentario