09 abril 2025

En busca del arcoíris


La paleta de colores que una vez pintó mi vida se ha desvanecido, cubriendo de tonos grises todo a su paso. Me encuentro atrapada en un mundo inerte desde aquel día en el que, al volver a casa, mi pareja ya no estaba. Su ausencia ha sumido mi vida en la penumbra, el azul del cielo se ha tornado en un gris tormentoso, el rojo ardiente ahora es un frío recuerdo y el verde esperanza se ha marchitado. Mi mundo, antes vibrante y lleno de luz, ahora es únicamente sombra. Dispuesta a buscar la luz al final del arco iris, abandono mi casa, mis recuerdos y mi dolor, y emprendo un viaje hacia lo desconocido, llevando conmigo solo un cuaderno en blanco y una caja de lápices de colores.
      Tras mi primer día de viaje, llego a un remoto hotel rural donde el crepitar del fuego de la chimenea me da la bienvenida. Me acomodo en uno de los sofás para intentar capturar la calidez y el confort del rojizo fuego en mi papel, aunque mis trazos parecen vacíos y carentes de ese recuerdo a infancia que quiero transmitir. Cuando las risas de una joven pareja atraen mi atención. Sus miradas están conectadas con un amor tan puro e inocente que parecen lograr que todo lo demás desaparezca a su alrededor. Me dejo llevar por sus sonrisas cómplices y, sin apenas darme cuenta, comienzo a dibujar sus manos entrelazadas y sus gestos bobalicones, permitiendo que su amor, cobre vida en mis trazos. En ese momento, incluso el fuego de la chimenea parece arder con más intensidad, reflejando la pasión que irradian sus corazones y que ahora se quedará inmortalizado para siempre en mi cuaderno.
     En el segundo día, decido bajar hasta la playa para atrapar la viveza del océano. Sin embargo, después de horas repletas de intentos fallidos, el atardecer me envuelve en su abrazo. Agotada, recojo mis lápices y emprendo el camino de regreso hacia mi refugio en el hotel. En mi camino, me cruzo con una surfera de cabellos rojizos, ataviada con un traje de neopreno en tonos anaranjados. La observo mientras se prepara para desafiar las olas. La sensación de libertad que emana de ella mientras surfea, la adrenalina palpable en el aire cuando se desliza sobre las crestas de las olas, y la armonía en sus movimientos doblegando a la poderosa mar; me transportan a un mundo de aventura y libertad que me recuerda que la creatividad se encuentra en las pequeñas cosas. Cuando sale del agua, se acerca a mí y se sienta a mi lado. Ha notado que la he estado pintando y se queda fascinada al verse reflejada en una simple hoja de papel.
     Durante el tercer día deambulo por las calles empedradas de un encantador pueblo. En la plaza mayor me encuentro con un payaso ambulante. Su vestimenta, adornada con brillantes detalles dorados, roba mi atención al instante. Entre risas, nos cuenta anécdotas de sus aventuras por el mundo. Nos habla del día en que se perdió en un laberinto de calles estrechas en una ciudad de la que no recuerda su nombre, y cómo su nariz roja lo llevó a tropezar con una tienda de helados artesanales que resultó ser la mejor del mundo. También relata la vez que intentó montar en un elefante en la India, solo para descubrir que el animal tenía un sentido del humor tan grande como el suyo y decidió rociarlo con el agua de su trompa. Sus palabras tienen el poder de hacerme estallar en carcajadas, ayudándome a olvidar, momentáneamente, todas mis preocupaciones. Al final del espectáculo se me acerca y me entrega una rosa amarilla, pero al contacto con mis manos, explota en una nube de mariposas de papel que revolotean por el aire. Sus historias son como rayos de sol en un día nublado y me devuelven la alegría y vitalidad del pasado.
     En el cuarto día, me aventuro en lo más profundo de un bosque frondoso, donde me encuentro a una mujer apasionada por las hierbas y plantas medicinales. Su cabello oscuro está adornado con una diadema de hojas verdes, y su mirada centellea con conocimientos ancestrales. Me acerco a ella con curiosidad y descubro que está recogiendo plantas para su herbolario. Comparte conmigo historias fascinantes sobre las propiedades curativas y los usos tradicionales de las plantas que encuentra. Mientras la dibujo, ella me enseña la importancia de conectar con la naturaleza para recuperar la esperanza y encontrar el equilibrio, y recordarme lo necesario que es estar en armonía con el mundo que nos rodea.
     En el quinto día, me dirijo a una laguna cristalina donde la inmensidad del azul del agua se fusiona con el cielo. Mientras paseo por la orilla, descubro a un pescador tocando la armónica. La melodía me llama, y al acercarme, el hombre me invita a subir a bordo de su pequeña embarcación. A medida que navegamos, la noche cae sobre nosotros y la luna ilumina la silueta del pescador que no me resisto a dibujar. Con la única compañía del susurro del agua, me habla de las constelaciones que pueden verse en esta época del año y me explica cómo la pesca varía según las fases de la luna. Cada palabra parece invitarme a sumergirme en la profundidad de mis propios pensamientos mientras nos dejamos llevar por la corriente. Al amanecer, siento que he recuperado la calma y la serenidad que el bullicio y el estrés de la rutina me habían robado.
     En el sexto día, me aventuro hacia las colinas cubiertas de lavanda. Allí, en un tranquilo claro del bosque, me encuentro con una anciana de mirada serena. Su vestido violeta se funde a la perfección con el paisaje. La voz suave de la anciana me habla de los trucos que ha aprendido a lo largo de los años. Me explica que la mejor hora para la cosecha es por la mañana, cuando el sol aún no ha calentado en exceso las flores. Me muestra como cortar los tallos cerca de la base con suma delicadeza para evitar dañar las fragancias de las flores y como se agrupan después en pequeños manojos. Mientras realiza este proceso, la anciana habla sobre la espiritualidad y la magia que rodea a la lavanda, cómo su aroma y sus propiedades curativas pueden influir en el bienestar del cuerpo y el alma. Sus palabras se dispersan como el aroma de las flores, transformándome en una con la tierra.
     Al despertar en el séptimo día, pongo rumbo hacia el mirador que encontré al inicio de mi viaje y que me prometí regresar una vez recuperara mi paleta de colores. Ahora contemplo la vista de forma diferente, cada matiz parece cobrar vida. Me acomodo sobre una roca, saco mi cuaderno y mis lápices de colores, y al avanzar en mi dibujo, cada color adquiere una profundidad inesperada, como si estuviera impregnado de una emoción singular y la vivencia de una vida completa. El rojo aviva mi pasión por el arte mientras que el naranja desborda mi creatividad. El amarillo resplandece con la pureza de la felicidad y el optimismo, el verde renueva mi esperanza y aporta equilibrio a mis emociones. El azul me sumerge en una calma serena, invitándome a explorar las profundidades de mis emociones, y el violeta, con su aura misteriosa, me conecta con lo espiritual y me transforma en la persona que quiero ser.
     Al terminar el día, cuando el sol se desliza hacia el horizonte y mi boceto está acabado, siento que he dado vida a algo más que una simple obra de arte; he redescubierto mi propio ser en el proceso. Este viaje ha sido un regalo, un refugio al que regresar cuando los caminos de la vida cotidiana se vuelvan monótonos y confusos. Ahora puedo poner rumbo a casa, sintiéndome renovada y dispuesta a enfrentar los nuevos desafíos que me depare la vida y feliz por haber encontrado mi arcoíris al final de mi viaje.



Si quieres leer más relatos


No hay comentarios:

Publicar un comentario