Hace muchos años en un pueblo del cual no recuerdo el nombre, vivía una hermosa princesa llamada Yaritza. Yaritza solía pasear todas las tardes al atardecer por los jardines de palacio. Conocía de memoria cada rincón, y ya no le impresionaba grandiosa fuente, forjada en piedra de cuarzo rosa, ni el olor que desprendía la infinidad de rosales que la rodeaban. Paseaba absorta, día tras día, por el mismo lugar, hasta que de repente un día, una cantarina voz masculina, cautivo su atención y se sintió atraída por ella. Escondida entre los arbustos, escudriñó al joven jardinero. Su belleza era tal que eclipsaba las flores que estaba podando. Permaneció allí parada, hasta que el sol comenzó a ocultarse detrás de las montañas que rodean el palacio.
Volvió allí, cada día, durante una semana, para contemplar al hermoso joven que se encargaba del jardín. Pero al amanecer del octavo día, el joven no apareció, Yaritza comenzó a llorar y echó a correr desconsolada, sin darse cuenta de que en su camino se cruzó con la raíz de un árbol, con la que tropezó y cayó rodando por una pequeña ladera. Su descenso se vio interrumpido, de golpe, al chocar contra un obstáculo. Cuando abrió los ojos se encontró con la cara del joven a escasos centímetros de su cara, preocupado por si se había hecho daño.
A partir de ese momento, Yaritza se dejaba caer, cada día, para charlar un rato con el joven. Hasta que un día, su padre los pilló y entró en cólera. "¡Cómo podía su hija enamorarse de un vulgar jardinero!", pensó el rey, prohibiendo a su hija salir de palacio, en un intento desesperado de que se olvidara de él. Organizó un gran baile para encontrarle un nuevo pretendiente digno de su condición. El rey le presentó al hijo de un noble del pueblo, a un valeroso guardián de la corte y al nuevo médico del pueblo.
La joven accedió a casarse, pero puso una condición, solo lo haría con aquel que consiguiera traerle una rosa azul. Era consciente de que su petición sería difícil de conseguir, pero que si alguien podría hacerlo, sería su hermoso jardinero. Durante meses puedo descansar tranquila pues ninguno de los pretendientes pudo encontrar la preciada rosa azul.
Pero un día, a principios de primavera, apareció el noble del pueblo, desde la distancia la atónita joven pudo ver como traía entre sus manos una rosa azul. Sin podérselo creer, se acercó hasta el joven, que hablaba con su padre. Al verla le entregó la rosa, el joven parecía nervioso mientras la observaba. Yaritza aceptó la rosa, acariciando suavemente uno de los pétalos de la rosa. Instintivamente, se miró las yemas de los dedos, que habían quedado impregnados de color azul. No era una rosa azul de verdad. “¡La había pintado! ¡Cómo podía volver con semejante burla!", pensó la joven. “Esta rosa podría causar la muerte a la primera mariposa que se pose el ella”, grito la joven al noble dejando caer la rosa al suelo y se alejó de allí a toda prisa. El noble del pueblo después de movilizar a cada florista de la región para encontrar la rosa, tuvo que seguir el consejo del florista del pueblo, impregnar una rosa blanca con un líquido venenoso de color azul.
A los pocos días apareció a las puertas del palacio el fornido guardián. El joven traía una pequeña cajita que entregó a Yaritza. Extrañada la aceptó y la abrió para ver su contenido. En efecto, era una rosa azul, pero no era lo que esperaba, sino un zafiro azul tallado. Sin dudar, Yaritza movió la cabeza al contemplar la joya, esto no era lo que ella había pedido. El guardián había recorrido cada rincón de su región, reclutando a cada joven, para que le ayudara, pero no la había encontrado. De vuelta en casa, abatido, su madre le sugirió la idea de la joya. Él aceptó resignado.
El médico del pueblo, creyéndose victorioso ante el fracasó de sus dos mayores rivales, pensó durante mucho tiempo la forma de hallar una rosa azul que la princesa aceptase y al final se le ocurrió una feliz idea. Cogió el hilo de coser las heridas y lo tinto de colorante azul. Y en un pedazo de tela blanco tejió una hermosa rosa azul. Lo colocó en un marco dorado y se encaminó hacia palacio. Yaritza aceptó el regalo con gesto gentil pero confesó que no era una rosa bordada lo que quería y que lamentablemente no podía concederle su mano.
Al llegar noche, la abatida princesa, paseaba después de muchos meses, por los jardines de palacio. A sus oídos llegó una hermosa melodía, esa voz le sonaba era la de su joven amado. Se había vestido con sus mejores galas y en su mano llevaba un frasco de cristal de color azul, en su interior, había una rosa, probablemente de color blanco, pero no importaba, podía verse de color azul. Cogió el frasco entre sus manos y corrió hacia donde estaba su padre y le dijo: “Es él, es el hombre con el que me quiero casar”. El rey resignado tuvo que aceptarlo pues había conseguido traerle la rosa azul y sabía que su hija no aceptaría a ningún otro que no fuera él. Así fue como Yaritza y el jardinero fueron felices el resto de su vida.
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