Su nombre, Blanca, parecía ya una pequeña profecía. Lo suyo tenía que ser la nieve. Y aunque no le gustaba pasar frío, la montaña acabó catapultándola a la fama: entre otros éxitos, ganó cuatro pruebas de la Copa del mundo de esquí y se colgó una medalla olímpica, el bronce en el slalom de Albertville 1992. Pero una vez que se bajó de los esquís, otro slalom empezó a dibujar su vida. Idas y vueltas sinuosas.
Blanca Fernández Ochoa creció en la estación de Cercedilla, en la sierra de Madrid, el mismo lugar en el que ha aparecido hoy su cuerpo sin vida. Ahí se puso por primera vez unos esquís y después fue perfeccionando la técnica en centros de alto rendimiento hasta convertirse en una deportista de talla mundial.
Blanca triunfó en la misma disciplina en Albertville (Francia), en 1992. Entonces logró el bronce y se convirtió en la primera mujer española en conseguir una medalla en unos Juegos Olímpicos de Invierno. Un éxito que llegó después de lo esperado. Cuatro años antes, en los Juegos celebrados en Calgary (Canadá), el oro estuvo al alcance de su mano, pero en la segunda manga perdió el control del esquí interior y cayó. Blanca lloró y con ella lloró todo el país, igual que celebró después la medalla de otra Fernández Ochoa, de una familia que se había ganado el cariño y el respeto de la gente.
Blanca quería haber estudiado veterinaria, pero tantas horas dedicadas al deporte no se lo permitieron. La suya no fue una infancia normal. Lloraba en el internado al que la enviaron con 11 años en el Valle de Arán. Sufría lejos de su familia, pero comprendió que su destino estaba en deslizarse por la nieve.
Nunca le gustó el frío ni esquiar, Blanca lo llegó a definir como una “obsesión impuesta”. Cuando entró por la puerta del internado de Viella siendo una niña apenas sabía deslizarse. Pero su familia intuía que la pequeña Blanca podía llevar el gen ganador de Paquito, su hermano mayor. Y no les faltaba razón. Al final acabó disfrutando de la competición, de lanzarse montaña abajo a más de 100 kilómetros por hora. “Necesito adrenalina, soy una mujer que necesita sensaciones fuertes”, decía.
Entonces afirmó que el esquí le gustaba para practicarlo con su gente, con sus hijos, aunque a veces lo hacía con empresas en programas de incentivos. La familia tuvo una tienda dedicada a este mismo deporte que tuvo que cerrar; Blanca se apasionó por el golf y se dedicó a organizar circuitos verdes en lugar de blancos; también ha ejercido como entrenadora de electroestimulación... Pero de todas estas idas y venidas, lo que quizá más sorprenda es su participación en programas de televisión de formato reality: en La selva de los famosos, en Splash, famosos al agua y en otros formatos emitidos en la televisión vasca como El conquistador del Aconcagua y El conquistador del fin del mundo. Su argumento para justificarlo retrata su personalidad: “No sé decir no cuando me plantean un reto”.
Después de retirarse, Blanca dedicó entonces su tiempo a una tienda familiar de esquí en Cercedilla. Pero la crisis les obligó a echar el cierre, así que Blanca abrió un negocio de electroestimulación muscular y se involucró en la organización de torneos de golf. Combinaba esos quehaceres con participaciones esporádicas en televisión. Era un rostro conocido para el público y se dejó ver por programas como La Selva de los famosos, Splash o El conquistador del Aconcagua. “No digo que no a nada”, dijo en Antena 3 antes de lanzarse desde un trampolín de cinco metros en Splash.
El 18 de julio de 1991 se casó en el monasterio de San Lorenzo del Escorial con el italiano Danielle Fioretto. Él también era esquiador, fue su entrenador y se conocieron cuando la deportista española tenía solo 14 años y ambos se deslizaban por las pistas de Suiza. Aquel matrimonio no duró mucho y llegó el divorcio. Fernández Ochoa volvió a contraer matrimonio con David Fresneda, el padre de sus dos hijos, David y Olivia, de quien también se separó hace años de forma no especialmente amistosa.
Los dos hijos de la medallista olímpica están volcados en el deporte, como es tradición familiar. Ambos han practicado baloncesto, esquí, vóley… , pero desde que el rugby se cruzó en su camino se volcaron en esta especialidad. Olivia, que con 20 años estudia Medicina y es jugadora internacional con el equipo español de rugby a 7, fue precisamente el motivo por el que su madre volvió a aparecer en los medios de comunicación, cuando el pasado mes de abril acudió a apoyarla en una competición y habló sobre lo orgullosa que estaba de ella y de sus aspiraciones a ser olímpica en Tokio 2020. Ellos han sido el centro de su vida familiar, que sigue conservando ese aire de piña con el que se conocía a los Fernández Ochoa cuando estaban en la cresta de la ola.
Si sentimentalmente la vida no sonrió a la primera chica de esta numerosa familia, después de los éxitos deportivos su vida profesional también fue cambiante. Cuando consiguió la medalla, el esquí pasó a un segundo plano, casi le provocó cierta aversión y ella misma confesó que pasó varios años sin calzarse unos esquís. “Acabé quemada”, dijo en una entrevista con este periódico en 2014, “a mí lo que me gusta es el golf”. El esquí, que empezó como un juego, se convirtió en el centro de una vida que la alejó desde muy niña de la vida que quería: “Recuerdo una infancia muy dura”, dijo entonces. “Fui seleccionada para el equipo español de promesas y me enviaron con 11 años interna a un colegio en Viella, en el valle de Arán. Alejada de mis padres, de mi casa, de mis amigos. Lo pasé francamente mal, lloré mucho, hasta que arranqué y empecé a vivir”.
Desde el pasado 23 de agosto Blanca Fernández Ochoa estaba desaparecida. El cariño de la gente por ella y su familia siguió intacto como ha demostrado el número de voluntarios que se presentaron a ayudar en los efectivos de búsqueda que batían la sierra madrileña. Sus familiares descartaron otra cosa que no fuese un accidente, aunque fuentes próximas a la investigación aseguraron que la medallista olímpica vivía una situación "un poco precaria". La deportista vivía con su hermana Lola, en Aravaca, porque acababa de vender su casa en Las Rozas, y cuando se percataron de su ausencia avisaron a su hija Olivia, de 20 años, que dijo a la familia que su madre había decidido irse "cuatro días a la montaña, al norte". Unas declaraciones a las que se agarraron, hasta que se resolviese su desaparición, fueron las que realizó Coral Bistuer, deportista de taekwondo y amiga personal de Blanca, que manifestó que cuando habló con ella hace unos meses le dijo que "estaba pasando el eslalon más difícil de su vida, pero que lo iba a ganar”.
“Me gusta la montaña y siempre que puedo me escapo”, solía decir la medallista olímpica. Ahí, en la montaña, Blanca lo encontró todo.
Si quieres leer alguna biografíamás.
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