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—Ya está otra vez. Es que no falla, cada vez que estoy con vosotros me tiene que llamar. —Juanjo se queja a sus amigos—. No puedo más, es que es muy pesado.
—Pues no se lo cojas, tío. ¡Qué se acostumbre! Tú necesitas tu espacio —le dice Álvaro.
Juanjo coge el móvil, lo pone en silencio y lo coloca boca abajo sobre la mesa. Sigue jugando al Catán con sus amigos cuando el móvil vibra de nuevo. No puede evitar girarlo para ver si vuelve a ser él. «Por supuesto que es él», piensa. Álvaro, al ver su cara de agobio, se pone de pie y lleva su mano hasta el móvil.
—No, espera, —Pone su mano encima de la de su amigo—, tendría que cogerlo y ver si le está pasando algo.
—¿Algo como qué? ¿Preguntarte cuando vuelves porque te echa de menos?
—Ya.
—Pues queda confiscado. Cuando terminemos le llamas y ahora olvídate de él una hora —le dice mientras lleva el móvil hasta el abrigo de su amigo y lo mete en el bolsillo.
CONTINUARÁ...
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