29 junio 2024

Mi reflejo en el espejo


      Bajo el abrazo de las montañas, vivían las gemelas Eva y Bea, en un diminuto pueblo. Sus caminos, aunque paralelos en apariencia, comenzaban a bifurcarse, empujados por las expectativas de su padre. Un hombre obligado a hacerse cargo de la crianza de sus pequeñas, en exclusiva, cuando su madre murió en un fatídico accidente de tráfico.
      Bea, se pasaba todo el día en su cuarto estudiando, era de las mejores de su clase, pero sentía que para su padre sus notas nunca eran suficientemente buenas. Si sacaba un nueve tenía que haber sido un diez, aunque ese nueve fuera la mejor nota de la clase y mejor que la de su hermana, a la que premiaba con solo aprobar.
      Por otro lado, estaba Eva, frágil y sensible como una flor de invernadero, pasaba sus días pintando, diseñando vestidos que posteriormente ella misma se encargaba de coser. Tarea que solo abandonaba cuando su padre llegaba a casa después del trabajo; para ayudarle con la comida, la limpieza o cualquier otra actividad que hiciera falta.
      Las risas de Eva y de su padre llegaban a los oídos de Bea, en su habitación, quería ser partícipe de esa complicidad y alegría que desbordaban cuando estaban juntos. Sin embargo, cada vez que abandonaba su cuarto, su padre la mandaba de vuelta a sus estudios, al grito de: deja que tu hermana lo haga.
      Eva estaba convencida de que su hermana hacía las tareas mal adrede, para escaquearse y que su padre le permitiese volver a su cuarto. Los odiaba a los dos cuando eso ocurría. Apenas si tenía tiempo de estudiar, así era normal que su hermana sacará mejores notas que ella.
      Bea había acabado de estudiar y estaba ayudando a Eva a limpiar, cuando sin querer tiro al suelo una figurita que había pertenecido a su madre.
      —Si quieres escaquearte otra vez, puedes irte. No hace faltas que rompas nada —explotó Eva.
      —Se me ha escurrido de entre las manos, acaso crees que a mí no me importa. Yo lo arreglo —le responde Bea.
      —De eso nada, eres una inútil. Lo hago yo. Tú puedes irte a tu cuarto a estudiar.
      —No, ya me lo sé, prefiero ayudarte.
      —Pues me alegro de que te lo sepas, porque yo voy a suspender por tu culpa.
      —Sí, claro, seguro que te ibas a poner a estudiar justo ahora, con lo que te gusta buscar excusas para no hacerlo. Y además tampoco importa mucho, papá no te va a castigar, tú eres la niñita de sus ojos.
      —¿Qué yo soy quién? Esa eres tú, yo soy la esclava de esta familia. Trabajo para que tú puedas comer y no nos coma la mierda mientras que tú estás tocándote la barriga.
      —Pero si no me dejáis hacer nada, ninguno de los dos. Ojalá pudiera participar de los actos familiares, yo estoy sola en mi cuarto mientras vosotros estáis de risas y confidencias.
      El padre al escucharlas discutir, corre hasta donde se encuentran sus hijas:
      —¿Qué está pasando aquí, chicas?
      —Tu favorita, cree que yo soy una niña mimada, increíble. Me voy a dar una vuelta y apañaros con la casa. Que ganas tengo de cumplir los dieciocho para irme de esta casa —responde Eva.
      —¿Qué? Espera —dice su padre.
      —No, hace falta que te vayas, ya me voy yo, que por lo visto, soy la que sobro —replica Bea.
      —Ninguna de las dos va a ningún sitio. Vais a explicarme qué os pasa, ahora mismo.
      Ambas chicas se sientan a regañadientes en el sofá y le dan su versión de la historia. Su padre atónito ante lo que acaba de escuchar, se disculpa con ambas.
      —Chicas, cuando vuestra madre murió, yo me sentí perdido durante mucho tiempo. De la noche a la mañana, perdí a la persona que más quería del mundo y me quedé al cuidado de dos niñas pequeñas. Han sido unos años muy difíciles. Bea, si te exijo tanto es porque creo que tienes mucho potencial y sé que tú vas a conseguir ser ingeniera. No sé si te he contado que yo quise estudiar esa misma carrera, pero que tu abuelo nunca me lo permitió, tuve que ponerme a trabajar en el taller con él. Eva, hija, porque nunca me has hablado de que querías estudiar Bellas artes. Yo estaba convencido de que ese sueño no era para ti, pero por supuesto que puedes ir. A partir de ahora, te ayudaremos en las tareas del hogar para que tengas más tiempo para estudiar, pero tienes que prometerme que te vas a poner las pilas y vas a aprobar todo.
      —Por supuesto que voy a estudiar. Gracias papi —dice Eva.
      —Gracias papi… —se burla Bea.
      Eva le da una patada a Bea.
      —Eres una mimada.
      —Y tú una empollona.
      —Eso quiere decir que no quieres mi ayuda con las mates.
      Bea se levanta henchida de orgullo al ver de reojo la cara de su hermana.
      —Pues si tú no me ayudas con las mates, yo no te enseño a poner la lavadora y a ver como te las apañas para ir limpia al instituto.



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