Hay algunas ideas que debes tener claras antes de ponerte a escribir descripciones.
La primera y fundamental es que no es necesario describir todos los elementos de una historia en detalle y minuto a minuto. Las descripciones actúan muchas veces como nexos de unión, como textos de tránsito entre una escena y la siguiente. Pero jamás deben actuar como mero relleno, palabrería que no aporta nada a la historia que quieres contar. Se trata por tanto de saber discernir qué descripciones debes incluir. En qué momento de la historia, por qué deben constar y cómo hacerlas significativas.
Así que antes de ponerte a escribir descripciones deberías plantearte algunas preguntas.
¿Cómo afecta lo descrito al personaje?
Describir algo en detalle puede resultar muy interesante, pero solo si esa descripción afecta de alguna manera al personaje.
Por ejemplo: el paisaje que se ve por la ventanilla del tren no tiene importancia si el personaje va enfrascado en la lectura de un libro. Pero sí la tendrá si esa descripción ayuda a trasmitir una idea al lector; por ejemplo, que las vías trascurren por un precioso paisaje que resulta indiferente al protagonista porque es un intelectual al que solo le interesa el mundo de las ideas.
Por eso, al describir algo debes tener muy presente quién es tu personaje:
¿Qué sentidos se usan?
La mayoría de los escritores tienden a centrarse en los detalles visuales, que sin duda son muy importantes. Pero la forma en que algo huele, los sonidos, los sabores e incluso el tacto pueden mejorar la descripción de forma clara.
Recuerda el sabor evocador de la magdalena de Proust. O como el olor de la casa de tus padres te trasporta de manera inmediata a la infancia.
Así que trata de incluir detalles que involucren otros sentidos además de a la vista.
¿Qué requiere la historia?
Esto parece evidente, pero a menudo se olvida.
Si estás escribiendo una historia sobre una familia rica, tus descripciones tienen que reflejar esa riqueza. Ambientes refinados plagados de muebles de maderas nobles y tejidos naturales; exquisitas y delicadas comidas; coches de gama alta; ropa de diseño, etc.
Por el contrario, si escribes la historia de una familia humilde los ambientes serán pequeños, con muebles de ocasión, usarán un viejo coche que frecuenta el taller y comerán la marca más barata de yogures.
Esas descripciones deberán complementarse con las que reflejen los estados de ánimo y las actitudes de tus personajes.
¿Cuál es la relación de los personajes con el espacio?
Las relaciones de los personajes con los espacios que les rodean también son importantes.
Imagina una entrevista de trabajo: entrevistador y entrevistado se sientan frente a frente, separados por una mesa.
Pero mientras el entrevistado contempla la pared plagada de diplomas y premios que hay tras la mesa, el entrevistador tiene enfrente un amplio ventanal desde el que se aprecia una vista sobre los rascacielos de la ciudad.
Evidentemente, esos detalles hablan de una relación de poder clara; al tiempo, dan a entender que el entrevistador es un triunfador, un hombre poderoso.
El orden en que dispones los elementos de una descripción y la forma en que los personajes se relacionan con ellos pueden decir muchas cosas de una forma sutil. Úsalos bien.
¿Cuál es la realidad?
Ya hemos mencionado que cada personaje puede tener una perspectiva diferente de un mismo lugar o cosa, en función de su carácter y sus vivencias.
Consignar esas perspectivas mediante las descripciones enriquece la historia y da una visión más completa de los personajes.
Ahora bien, debes procurar introducir siempre unos parámetros que indiquen al lector cuál es la realidad. Y es que la diferencia entre esa realidad y las percepciones del personaje está llena de matices enriquecedores.
Por ejemplo, el olor de la casa de sus padres produce un vuelco desagradable en el corazón del personaje porque no tuvo una infancia feliz. Ahora bien, la realidad es que fue un niño envidioso que siempre se sentía a la sombra de su hermano.
Ya ves lo importante que es dar las coordenadas de la realidad para ayudar al lector a comprender todas las implicaciones de la historia. Seguro que ahora comprendes el increíble valor de escribir descripciones y hacerlo bien. Ya nunca más volverás a usarlas como relleno.
Mostrar, no contar
Veámoslo mejor con un ejemplo:
Imagina la siguiente escena. Víctor está solo de noche en su dormitorio cuando oye un ruido. No cabe duda, un intruso ha entrado en su casa. La narración dice: «Luis, asustado, abrió la puerta para ir a ver de dónde procedía el ruido».
Asustado es en realidad una descripción muy pobre. En resumen, estamos contando, pero no mostrando. Un escritor hábil lo describiría, descalzo y en pijama, vulnerable al no llevar ni siquiera la coraza social de su ropa de calle. Narraría cómo agudiza el oído tratando de escuchar nuevos ruidos y cómo abre la puerta con sigilo para no alertar al posible intruso. Se centraría en cómo su mirada trata de taladrar allí donde la oscuridad es más espesa en las esquinas del salón, tratando de ver si hay alguien escondido. Relataría como el corazón bate en su pecho debido al nerviosismo y cómo nota las piernas un poco temblorosas.
Pero todavía se puede ir un poco más allá en el mostrar, no contar. ¿Cómo? Enseñándole al lector en qué se basa la representación externa del miedo de Víctor, para que pueda hacerlo suyo al comprenderlo mejor.
Para hacerlo hay que penetrar en las emociones y sentimientos de Luis. Hay que profundizar más y llegar a su conciencia. Mostrando entonces el temor que siente ante la posibilidad de un enfrentamiento cara a cara. La angustia ante la idea de una bala o la hoja de un cuchillo atravesando su carne. El horror de terminar muerto. La preocupación porque le quiten los quinientos euros que ha sacado esa mañana del banco o un vago temor de encontrarse con algo sobrenatural. El miedo a la muerte, el temor a sufrir daño físico y la preocupación más banal por el dinero se mezclan en Luis con esos miedos que nos acompañan desde la infancia o después de alguna situación anterior. Y, desde dentro de la conciencia del personaje, el lector tiene una visión completa de lo que sucede.
La experiencia es mucho más completa.
La primera y fundamental es que no es necesario describir todos los elementos de una historia en detalle y minuto a minuto. Las descripciones actúan muchas veces como nexos de unión, como textos de tránsito entre una escena y la siguiente. Pero jamás deben actuar como mero relleno, palabrería que no aporta nada a la historia que quieres contar. Se trata por tanto de saber discernir qué descripciones debes incluir. En qué momento de la historia, por qué deben constar y cómo hacerlas significativas.
Así que antes de ponerte a escribir descripciones deberías plantearte algunas preguntas.
¿Cómo afecta lo descrito al personaje?
Describir algo en detalle puede resultar muy interesante, pero solo si esa descripción afecta de alguna manera al personaje.
Por ejemplo: el paisaje que se ve por la ventanilla del tren no tiene importancia si el personaje va enfrascado en la lectura de un libro. Pero sí la tendrá si esa descripción ayuda a trasmitir una idea al lector; por ejemplo, que las vías trascurren por un precioso paisaje que resulta indiferente al protagonista porque es un intelectual al que solo le interesa el mundo de las ideas.
Por eso, al describir algo debes tener muy presente quién es tu personaje:
- Un carpintero no mirará una mesa con los mismos ojos que una mujer que esté calculando si cabe en su comedor.
- Un policía no observa un callejón solitario de la misma manera que un fugitivo.
- Un personaje feliz ve las cosas de diferente manera que un personaje depresivo.
¿Qué sentidos se usan?
La mayoría de los escritores tienden a centrarse en los detalles visuales, que sin duda son muy importantes. Pero la forma en que algo huele, los sonidos, los sabores e incluso el tacto pueden mejorar la descripción de forma clara.
Recuerda el sabor evocador de la magdalena de Proust. O como el olor de la casa de tus padres te trasporta de manera inmediata a la infancia.
Así que trata de incluir detalles que involucren otros sentidos además de a la vista.
¿Qué requiere la historia?
Esto parece evidente, pero a menudo se olvida.
Si estás escribiendo una historia sobre una familia rica, tus descripciones tienen que reflejar esa riqueza. Ambientes refinados plagados de muebles de maderas nobles y tejidos naturales; exquisitas y delicadas comidas; coches de gama alta; ropa de diseño, etc.
Por el contrario, si escribes la historia de una familia humilde los ambientes serán pequeños, con muebles de ocasión, usarán un viejo coche que frecuenta el taller y comerán la marca más barata de yogures.
Esas descripciones deberán complementarse con las que reflejen los estados de ánimo y las actitudes de tus personajes.
¿Cuál es la relación de los personajes con el espacio?
Las relaciones de los personajes con los espacios que les rodean también son importantes.
Imagina una entrevista de trabajo: entrevistador y entrevistado se sientan frente a frente, separados por una mesa.
Pero mientras el entrevistado contempla la pared plagada de diplomas y premios que hay tras la mesa, el entrevistador tiene enfrente un amplio ventanal desde el que se aprecia una vista sobre los rascacielos de la ciudad.
Evidentemente, esos detalles hablan de una relación de poder clara; al tiempo, dan a entender que el entrevistador es un triunfador, un hombre poderoso.
El orden en que dispones los elementos de una descripción y la forma en que los personajes se relacionan con ellos pueden decir muchas cosas de una forma sutil. Úsalos bien.
¿Cuál es la realidad?
Ya hemos mencionado que cada personaje puede tener una perspectiva diferente de un mismo lugar o cosa, en función de su carácter y sus vivencias.
Consignar esas perspectivas mediante las descripciones enriquece la historia y da una visión más completa de los personajes.
Ahora bien, debes procurar introducir siempre unos parámetros que indiquen al lector cuál es la realidad. Y es que la diferencia entre esa realidad y las percepciones del personaje está llena de matices enriquecedores.
Por ejemplo, el olor de la casa de sus padres produce un vuelco desagradable en el corazón del personaje porque no tuvo una infancia feliz. Ahora bien, la realidad es que fue un niño envidioso que siempre se sentía a la sombra de su hermano.
Ya ves lo importante que es dar las coordenadas de la realidad para ayudar al lector a comprender todas las implicaciones de la historia. Seguro que ahora comprendes el increíble valor de escribir descripciones y hacerlo bien. Ya nunca más volverás a usarlas como relleno.
Mostrar, no contar
Veámoslo mejor con un ejemplo:
Imagina la siguiente escena. Víctor está solo de noche en su dormitorio cuando oye un ruido. No cabe duda, un intruso ha entrado en su casa. La narración dice: «Luis, asustado, abrió la puerta para ir a ver de dónde procedía el ruido».
Asustado es en realidad una descripción muy pobre. En resumen, estamos contando, pero no mostrando. Un escritor hábil lo describiría, descalzo y en pijama, vulnerable al no llevar ni siquiera la coraza social de su ropa de calle. Narraría cómo agudiza el oído tratando de escuchar nuevos ruidos y cómo abre la puerta con sigilo para no alertar al posible intruso. Se centraría en cómo su mirada trata de taladrar allí donde la oscuridad es más espesa en las esquinas del salón, tratando de ver si hay alguien escondido. Relataría como el corazón bate en su pecho debido al nerviosismo y cómo nota las piernas un poco temblorosas.
Pero todavía se puede ir un poco más allá en el mostrar, no contar. ¿Cómo? Enseñándole al lector en qué se basa la representación externa del miedo de Víctor, para que pueda hacerlo suyo al comprenderlo mejor.
Para hacerlo hay que penetrar en las emociones y sentimientos de Luis. Hay que profundizar más y llegar a su conciencia. Mostrando entonces el temor que siente ante la posibilidad de un enfrentamiento cara a cara. La angustia ante la idea de una bala o la hoja de un cuchillo atravesando su carne. El horror de terminar muerto. La preocupación porque le quiten los quinientos euros que ha sacado esa mañana del banco o un vago temor de encontrarse con algo sobrenatural. El miedo a la muerte, el temor a sufrir daño físico y la preocupación más banal por el dinero se mezclan en Luis con esos miedos que nos acompañan desde la infancia o después de alguna situación anterior. Y, desde dentro de la conciencia del personaje, el lector tiene una visión completa de lo que sucede.
La experiencia es mucho más completa.
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