30 octubre 2024

Al otro lado del Velo


Está anocheciendo cuando la calle comienza a llenarse de brujas, vampiros y fantasmas. Para Oliver, es un día más en su miserable vida, y eso que solo tiene quince años. Se ha mudado recientemente a Brundall, un pueblo de Norfolk, desde Gales, y sus nuevos compañeros se dedican a convertir su vida en un infierno.
     —Obélix —le insulta un joven disfrazado de vampiro.
     Oliver lo ignora y sigue caminando de vuelta a casa. Sin embargo, el vampiro, acompañado de su clan, no piensa darse por vencido.
     —¿Me dejas chuparte la sangre? Seguro que está superdulce. —Los cuatro vampiros lo rodean, cortándole el paso.
     «Odio Halloween», piensa Oliver.
     Les conoce y sabe muy bien de lo que son capaces. Los pocos segundos que transcurren hasta que una familia con niños pequeños doblan la esquina se le hacen eternos. Los vampiros se alejan unos pasos que Oliver aprovecha para huir. No tardarán en alcanzarlo y sabe que aún está lejos de su casa. Por lo que cambia de rumbo y se interna en el bosque. No tarda mucho en arrepentirse: cuanto más se adentra entre los árboles, menos puede ver hacia dónde se dirige. Tropieza con una raíz y rueda por un pequeño terraplén. Escucha las voces de los vampiros y decide quedarse allí quieto.
     No muy lejos de allí, Isolda, una chica ligeramente más joven que Oliver, camina por el bosque. Se ha escapado de la celebración. Todo el mundo se está divirtiendo, pero ella prefiere estar sola. Su madre y su hermana no entienden por qué llora tanto desde que encontraron a su padre muerto. Se niega a creer que fue por causas naturales; alguien tuvo que asesinarlo.
     En cuanto que sus compañeros pasan de largo, Oliver se pone de pie, apoyándose en un enorme árbol. Sus dedos notan un surco grabado en el tronco: es un símbolo tribal. Recorre una de las tres espirales hasta el centro, donde converge con las otras dos. Coloca su palma sobre el símbolo y este empieza a iluminarse, volviéndose visible en la distancia.
     Isolda, atraída por la luz, camina hacia el árbol sagrado. A solo cinco pies de distancia, distingue el símbolo: tres bucles entrelazados que forman una especie de triángulo continuo sin principio ni fin. Recorre el primer óvalo mientras pronuncia doncella; luego el segundo, madre, y finalmente el tercero, anciana. Pone su mano sobre el círculo que lo rodea y la luz se apaga. Se aleja, sin darse cuenta de que el tronco ha comenzado a abrirse.
     La luz atrae a los perseguidores de Oliver y él se dispone a huir de nuevo cuando un sonido similar al de una puerta corrediza al abrirse, llama su atención. Sin pensarlo, se mete por la abertura. Tan pronto como pone el segundo pie dentro, escucha un ruido seco. No hay vampiros, pero tampoco salida. Está atrapado. La luz se mueve, como si lo guiara a través del túnel. Oliver camina despacio al principio, pero se ve obligado a incrementar el ritmo cuando la luz se acelera. De pronto, ve una calavera a la derecha y, unos pasos más adelante, dos huesos a la izquierda. No puede distraerse o perderá la luz. De pronto, acaba rodeado de huesos y un polvo negruzco. Se detiene, sin atreverse, a cruzar. La luz se apaga y el joven entra en pánico. Sus ojos tardan unos segundos en acostumbrarse a la oscuridad. Al fondo, una luz mucho más tenue le indica la salida. Oliver, temeroso de que desaparezca también, atraviesa las calaveras y el hollín.
     De nuevo al aire libre, respira aliviado. «¿Qué ha sido eso?», piensa. Un murmullo de agua le recuerda lo sucio que se siente después de lo que acaba de vivir. Se dirige hacia la cascada para lavarse cuando un chapoteo en el agua le avisa de que no está solo. Se agazapa sobre una roca y ve a una joven. La chica está saliendo del agua, tan solo cubierta por su larga melena. Se recoge el cabello a un lado para escurrírselo y Oliver no puede seguir mirándola.
     Isolda se viste y emprende el camino de vuelta a casa. Si la pillan fuera de la empaladiza de noche, podría recibir un doloroso castigo. Llega hasta el muro construido con piedras. Se recoge el vestido y lo escala con la habilidad de alguien acostumbrada a escaparse.
     Oliver llega al muro de piedra y decide imitarla. Con mucha más torpeza, el joven copia los movimientos de Isolda y no puede creer lo que ve al otro lado. Es una aldea celta, como las que aparecen en sus libros de historia. No era consciente de que hubiera una reconstrucción tan perfecta cerca de su casa. Una decena de cabañas de planta circular y tejados de paja que parecen recién construidas con piedras y barro. Oliver recorre los estrechos senderos de tierra de la aldea, diseñada en círculos concéntricos. Atraído por el fuerte ritmo de los tambores, se dirige hasta el corazón del lugar. Observa como las viviendas se van haciendo más grandes conforme se adentra, incluso algunas de ellas disponen de varias estancias a las que se accede desde un patio central.
     Se detiene al ver una gran hoguera, las llamas iluminan y lanzan sombras parpadeantes sobre los rostros de unos aldeanos, que parecen completamente entregados a la celebración. Ataviados con túnicas de lana gruesa y pieles, algunos llevan collares de hueso y plumas; llevan el rostro pintado con símbolos en tonos ocres y bailan acompasados por el rítmico repiqueteo de los tambores alrededor del fuego. Oliver reconoce el festejo de origen celta, llamado Samhain, un antepasado lejano de Halloween y se pregunta si es una representación conmemorativa.
     La reina Boudica, acompañada de sus hijas, llega con una cesta de mimbre llena de piedras y hierbas. Oliver reconoce a una de ellas como la joven del bosque. La reina se acerca al fuego y arroja la cesta al fuego. En cuanto lo hace, el olor de las hierbas quemándose inunda el ambiente de un aroma fuerte y electrifica el aire de algo místico, como si algo invisible danzará al ritmo de los tambores.
     Observando desde las sombras, Oliver comienza a tener la sensación de que ha retrocedido en el tiempo y ha acabado de verdad en el siglo I. Saca su móvil del bolsillo para comprobar si tiene cobertura. Ni cobertura y ni GPS. Nada. Eleva la vista al cielo y descubre con horror que hay luna llena. Al otro lado del tronco, la luna no tenía tanta luminosidad.
     Abstraído por su descubrimiento, Oliver no es consciente de que ha sido descubierto por los aldeanos y cuando por fin se da cuenta, ya es tarde para salir huyendo. Los guerreros de la aldea lo han rodeado y apuntan sus espadas hacia él. Estos tipos son mucho más intimidantes que sus compañeros de clase. Permanece inmóvil y en silencio, hasta que un druida de rostro curtido camina en su dirección. Oliver trata de explicarle que ha cruzado desde el futuro a través de un símbolo en el bosque. Al decirlo en voz alta, la idea le resulta descabellada.
     —Yo también lo he visto —reconoce Isolda, al ver al druida examinar la ropa del joven: unos vaqueros y un plumas—. He visto una triqueta iluminarse en el árbol sagrado.
     Los aldeanos miran a un hombre que resulta ser el bardo de la aldea.
     —¿Cómo era el símbolo? —pregunta al joven.
     Oliver trata de agacharse para dibujarlo en la arena, pero los guerreros aproximan aún más sus espadas. Se queda quieto y les señala el suelo. Le dejan espacio y comienza a dibujar el símbolo que ha visto.
     —Triskel —lo llamo el bardo—. Es un vínculo mágico hacia mundos ancestrales. Podría haber actuado como una puerta sagrada entre tu mundo y el nuestro, aprovechando que el velo está débil.
     —¿Cómo puedo volver a mi época?
     —Tienes que volver al árbol sagrado y tocar el símbolo, pero tienes que hacerlo antes del amanecer, que es cuando el velo entre nuestros mundos se alzará de nuevo, y quedarías atrapado aquí para siempre.
     Antes de que Oliver pueda asimilar todo lo que ha escuchado, un grito rompe la noche. La aldea está siendo asaltada. Los aldeanos huyen a sus casas y los guerreros corren a hacer frente a los agresores con sus espadas en alto. Isolda toma la mano de Oliver y lo conduce fuera de la empaladiza por su lugar secreto. Sin soltarlo, lo conduce por el sendero mientras el humo y el eco de la batalla llenan el aire.
     —¡Van a arrasar mi aldea! Tengo que volver —le dice Isolda.
     —No puedes ayudarles.
     —Lo sé. Todo está perdido.
     —Pero puedes ayudarme a mí. Por favor, no voy a encontrar el árbol sagrado sin ti y está a punto de amanecer.
     Isolda se resigna a lo inevitable y guía a Oliver hasta el gran árbol. Siguiendo las indicaciones del bardo, Oliver coloca su mano en la triqueta grabada en el tronco, pero no sucede nada.
     —¿Por qué no funciona? —pregunta desesperado.
     —La triqueta es un símbolo femenino, déjame a mí.
     El símbolo se ilumina y Oliver respira de nuevo.
     —Debería abrirse, pero…
     Isolda lo comprende de inmediato. Él también debe tocar su símbolo, el masculino. Solo así, el portal permitirá el cruce.
     —Coloca tu mano en el tronco.
     Al instante, se dibuja un triskel bajo su mano y se ilumina desde el centro hacia exterior. En cuanto finaliza, el tronco se abre.
     Ambos jóvenes escuchan a lo lejos el galope de unos caballos y Oliver sabe que tiene que apresurarse. Debería sentir alivió, pero al mirar a Isolda, sabe que no puede dejarla sola con esos desalmados. Ella finge una sonrisa para que no se sienta mal por abandonarla.
     —Ven conmigo —le dice levantando su mano y permanece a la espera de que ella la coja.
     Isolda vacila, sabe que si los guerreros dejan su aldea es porque nadie ha sobrevivido. Coge su mano y son cegados por una poderosa luz. Cuando por fin abren los ojos, el bosque ha cambiado.
     Oliver escucha las voces de sus compañeros de clase, pero ya no le parecen tan fieros. Se agacha por puro instinto y coge la primera rama que se encuentra. Blandiéndola como si de una espada se tratase, les hace frente. Debe de resultar convincente porque el clan al unísono huye despavorido. Oliver tira la rama y coge de la mano a Isolda, prometiéndole que nunca la dejará sola.



Si quieres leer más relatos


No hay comentarios:

Publicar un comentario