La última vez que la vi, no pude reconocerla. Su rostro de porcelana está marcado por las vicisitudes del olvido. Su vestido descolorido y su cabello enmarañado son sombras de la belleza que alguna vez poseyó. Sus ojos de cristal, ahora opacos y sin brillo, miran hacia el futuro con la melancolía de un tiempo donde la inocencia reinaba en mi corazón. Su sonrisa congelada en el tiempo me reprocha haberla olvidado. Su presencia en el baúl es un recordatorio de los tesoros ocultos que yacen olvidados en los rincones de nuestra memoria. ¿De cuántas aventuras habría sido testigo aquella vieja muñeca?
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