Marco se ha marchado para no volver. La estación es un lugar frío sin él, como si su ausencia la hubiera vaciado de todo color. Antes, cuando él estaba aquí, este lugar tenía un aire distinto. Su risa resonaba entre los anuncios de los altavoces, su voz me envolvía mientras esperábamos juntos. Ahora, el tren de la mañana llega puntual, pero su asiento sigue vacío. Me quedo allí, quieta, viendo a la gente subir y bajar, preguntándome si alguien más siente este vacío tan inmenso como yo. Tal vez, entre la multitud, haya alguien que también ha perdido a alguien irremplazable.
Camino por la ciudad envuelta en su niebla gris. Todo es ruido y movimiento, pero dentro de mí solo hay silencio. Las calles que antes recorríamos juntos ahora parecen extrañas, como si hubieran cambiado con su ausencia. Me detengo en el banco donde solíamos sentarnos, y por un instante cierro los ojos. Le imagino allí, con su sonrisa de siempre, con su manera de mirar el mundo como si todo estuviera lleno de posibilidades. Sé que no está, pero me niego a aceptarlo. Su recuerdo respira conmigo, late en mi pecho, se aferra a cada rincón de mi mente. Me pregunto si él hace lo mismo, si en algún lugar lejano hay un banco vacío que le recuerda a mí.
Por las noches, cuando todo se apaga, lo siento más que nunca. Me escondo entre las sábanas, abrazo la almohada y ahogo mis lágrimas en ella. El insomnio me arrastra a recuerdos que duelen y a promesas susurradas bajo la luna. Si Marco también piensa en mí, si también siente este dolor en su pecho, entonces tal vez la distancia no sea tan cruel. Tal vez nuestros corazones sigan latiendo al mismo ritmo, aunque nos separen kilómetros y despedidas sin respuesta. Me aferro a esa posibilidad, aunque a veces me inunde el miedo de que él, poco a poco, me olvide.
Su fotografía está guardada en mi diario. La miro cada noche, repasando con los dedos sus rasgos, como si así pudiera traerlo de vuelta. Es como si su imagen me hablara en silencio, como si en su mirada capturada aún quedara algo de su esencia. Recuerdo sus ojos, su manera de reír, su torpe timidez cuando intentaba decirme algo importante. Todo eso ahora es solo un eco en mi memoria. Su padre le llevó lejos, prometiendo que un día lo entenderíamos, pero yo no quiero entender, solo quiero que regrese. No quiero que el tiempo me obligue a aceptar su ausencia, a volverme ajena a su voz, a dejar de recordar el calor de su abrazo.
Las clases se han vuelto insoportables. No hay nada que me motive a prestar atención, ni siquiera aquellas asignaturas que antes me gustaban. Las tardes, interminables. Todo lo que hacía antes con él ahora me pesa el doble. Intento salir con amigos, llenar los minutos con conversaciones vacías, pero nada es suficiente. Trato de distraerme, de fingir que estoy bien, pero la verdad es que cada pensamiento acaba volviendo a él. ¿Cómo se puede dividir una vida en dos? ¿Cómo se puede arrancar a alguien de ti y pretender que todo siga igual? Hay momentos en los que me siento como un fantasma, una sombra de lo que fui cuando él aún estaba aquí.
Pero él me ha prometido algo. Me ha dicho que espere, que esto no es el final. Así que conservo la ilusión, como quien guarda una luz encendida en medio de la tormenta. No dejaré que esta soledad nos venza.
Porque una historia de dos no puede terminar así.
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