Julie estaba lejos de casa, pero jamás parecía perdida. Tenía esa forma de moverse por la ciudad como si cada calle fuera suya, como si el mundo se adaptara a ella y no al revés. Yo la veía pedalear su bicicleta por Alphabet City, el viento despeinando su cabello y esa actitud suya, tan despreocupada, convirtiéndose en parte del paisaje.
Le gustaba desaparecer en el lado de Brooklyn, bajo el puente, en la parte trasera de algún coche donde la fiesta nunca terminaba. Fumaba cigarrillos en la penumbra del amanecer y apostaba con los demás sobre cualquier cosa, como si la noche no tuviera final y el sol nunca fuera a salir. A veces, me sonreía, pasándose la lengua por los labios antes de decir: «¿De qué sirve mañana si no hay garantía?» Y yo, atrapado en su órbita, empezaba a creerle.
Julie tenía el don de hacer que todo pareciera un juego. Como si las consecuencias fueran una historia que alguien más tenía que contar, no ella. Decía que la vida era solo una reacción en cadena, un día arrastrándonos al siguiente sin que nosotros tuviéramos mucho que decir al respecto. Nada era eterno en su mundo y, sin embargo, yo me encontraba enamorándome de ella, de la chica del ahora, la que no hacía promesas porque no creía en ellas.
A veces, la veía robar en tiendas, deslizándose entre los ricos y famosos, como si le perteneciera estar allí. Le gustaba meterse en ascensores, presionar el botón de emergencia y hacerme el amor en el suelo hasta que las cámaras nos delataran. No había nadie como ella. Nadie que me hiciera sentir que el fuego podía prenderse en mi pecho solo con una mirada. Cuando caminaba, la seguía. Cuando reía, me rompía por dentro porque nunca estaba seguro de si algún día la perdería.
Quise creerle cuando decía que todo esto era solo un juego. Que podíamos seguir dejándonos llevar sin pensar en el futuro. Pero había noches en las que su ausencia me asfixiaba, en las que me preguntaba si alguna vez llegaría a tener algo más que el ahora con ella.
«Dime qué quieres de mí —me dijo una vez, apoyándose contra mi pecho —. Tengo todo lo que necesitas».
No respondí. Porque lo que quería era algo que ella no podía darme.
Julie me enseñó a vivir el presente, a olvidarme del después, pero ahora entiendo que el ahora no siempre es suficiente. Que, a veces, necesitas más que un juego sin reglas, más que una vida sin garantías. Pero aunque lo sepa, aunque entienda que ella solo pertenece al momento y no al futuro, aún la sigo amando.
Porque Julie siempre será mi chica del ahora.
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