24 diciembre 2025

Papá Noel, tenemos que hablar


Querido Papá Noel:
     Te escribo desde una pequeña ciudad de interior, donde el frío es tan intenso que tus renos podrían montar aquí un resort nórdico sin darse cuenta. No sé si llegarás; en esta ciudad el GPS tiene más dudas que un funcionario el día 24 por la tarde, pero mira, hago como tú con mis regalos: lo intento sin muchas expectativas.
     Han pasado años desde la última vez que te escribí. No porque te guardara rencor, sino porque entendí que tu servicio postventa es como mis lunes: inexistente y con cero intención de mejorar. Pero como ingeniera informática acostumbrada a hablar con sistemas obsoletos, pensé en darte una última oportunidad antes de jubilarte mentalmente.
     Empecemos con tu expediente, que no es precisamente brillante.
     Con ocho años te pedí unos patines de cuatro ruedas, rosas, con luces. Me trajiste una pelota. ¿En qué universo paralelo es eso equivalente? ¿En el mismo donde un reno vuela?
     Después vino la muñeca Estrella Brillante, la del pelo mágico y el vestido con purpurina. Lo que encontré fue una muñeca con la mirada perdida, un ojo flojo y un vestido de ganchillo hecho por mi abuela. Decidí que si eso era la magia, prefería la ciencia.
     También te pedí un cachorro. Uno de verdad. Tú, con tu humor peculiar, me dejaste uno de peluche que ladraba si lo golpeabas. Duró tres días. Fue mi primera experiencia con el abandono emocional.
     Luego vino la petición de hermanos. Uno, no pedía un equipo de fútbol. Pero por lo visto te pareció más eficiente no entregar nada y me dejaste sola con mis pensamientos. Buen entrenamiento para la vida adulta, todo sea dicho.
     Y por último, las entradas para aquel concierto… bueno, gracias por ese casete sin pilas. Si tu objetivo era enseñarme la frustración desde pequeña, misión cumplida.
     En fin, Papá Noel, que crecí sabiendo que no podía contigo contar, lo cual me preparó maravillosamente para la vida laboral. A fin de cuentas, llevo años lidiando con jefes que tampoco entienden mis correos, así que estoy acostumbrada a la decepción.
     Ahora soy adulta e ingeniera informática, esa gente que arregla cosas que nadie sabe cómo se rompieron. Mi talento principal es explicar conceptos básicos a gente que cree que el ordenador se ha roto solo o que funciona por brujería. En fin, supongo que tú también tendrás tus elfos incompetentes.
     Y vamos con lo importante: mi nueva lista de deseos. Nada de juguetes esta vez. Pido imposibles con más fundamento.
     Para empezar, una pareja empática. Y por empática me refiero a alguien que entienda que no necesito que me arreglen la vida, solo que no me la compliquen o que no me vea y piense “mamá 2.0” o “técnico de soporte emocional”. Quiero un novio sin taras emocionales, sin traumas dignos de trilogía, sin ese síndrome tan común de pensar que su pareja es una mezcla de psicóloga, asistenta y señora que le recuerda dónde dejó las llaves.
     Quiero alguien capaz de gestionar su propia ropa interior y sus emociones, que no crea que madurar consiste únicamente en pagar Netflix a su nombre, que sepa planchar una camiseta sin convertirla en origami, que entienda que tener iniciativa no significa elegir entre pizza o hamburguesa, que sepa lo que es un plan sin que yo lo organice y que no me pregunte dónde está su propia cartera mientras la tiene en el bolsillo. Alguien que no me llame "cariño" solo cuando necesita que le configure el Wifi. Un adulto funcional, Papá Noel. No sé si te suena el concepto.
     También me vendría bien una subida de sueldo. No para comprarme una mansión, solo para dejar de preguntarle al cajero automático si me quiere dar una alegría por compasión. Si puedes añadir una nota para que mi jefe deje de actuar como si mi trabajo pudiera hacerlo un becario recién salido de un módulo, que aún confunde el botón de encendido con el logo, te lo agradecería.
     También quiero una mañana sin madrugar. Una sola. Una mañana sin ese despertar lleno de odio existencial y sin la alarma gritándome que la vida empieza antes de que yo esté dispuesta a tratar con ella.
     Ah, y ya que estás, tráeme paciencia de repuesto. La mía se agota antes de que la cafetera termine el ciclo. Si puedes incluir un cupón de responder con calma ante la estupidez humana, te estaré eternamente agradecida.
     Por último, una pizca de humor me vendría bien. Debí perderla probablemente entre una reunión absurda y el momento en el que me di cuenta de que la gente piensa que “informática” significa “soporte técnico de todo lo que tenga botones”.
     No voy a mentirte, Papá Noel: no tengo muchas esperanzas. Eres más marketing que resultados y yo soy más resultados que paciencia. Pero oye, si decides pasar por aquí, aviso: este año no hay galletas. Estoy tratando de mejorar mi dieta y reducir mi nivel de servilismo navideño. Te dejo un café recalentado y una nota con contraseñas caducadas.
     Si no puedes traerme nada, al menos mándame un correo automático que diga: Estimada usuaria, su petición ha sido procesada y será ignorada con cariño. Así sabré que sigues vivo.

               Con afecto intermitente y sarcasmo constante,
               Tu eterna ignorada.

P. D.: Si te sobra magia, úsala para actualizarte. El correo postal ya está tan muerto como tu eficiencia. Ábrete un email, que estamos en el siglo veintiuno y tampoco es tan difícil. Si necesitas ayuda para configurarlo, me avisas… pero esta vez te cobro la consultoría.



Si quieres leer más relatos


No hay comentarios:

Publicar un comentario