03 diciembre 2025

Devuélveme a mi chica


La habitación olía a sudor y frustración. Marcos se dejó caer sobre la cama, mirando el techo desconchado mientras apretaba los puños. Lo había visto con sus propios ojos. Clara, su Clara, caminando por el parque de la mano de ese imbécil de polo pastel y mocasines relucientes. El mismo que se paseaba con su Ford Fiesta blanco como si fuera un Ferrari.
     —¿Qué tiene él que yo no? —murmuró, sintiendo cómo la rabia le subía por la garganta.
     Su corazón latía con violencia, y en su mente solo había una idea fija: venganza. Se levantó de un salto y buscó en su escritorio la caja de polvos picapica que su primo le había traído de un viaje. No era letal, pero suficiente para que ese niño pijo aprendiera a no meterse con él.
     Esa noche, con una capucha cubriéndole la cabeza, Marcos se escabulló por las calles hasta llegar al coche del tipo. Se aseguró de que nadie lo viera y, con manos temblorosas de emoción y odio, esparció los polvos por el asiento del conductor y el respaldo. Luego, se retiró rápido, esperando el espectáculo que vendría al día siguiente.
     A la mañana siguiente, se apostó en un banco del parque, oculto tras unas gafas de sol y su chaqueta negra. No tuvo que esperar mucho. Ahí estaba él, subiendo a su auto con aire despreocupado. Arrancó el motor y, en menos de dos minutos, comenzó a removerse inquieto. Marcos contuvo la risa cuando lo vio rascarse el cuello, luego los brazos, y finalmente retorcerse como un endemoniado. Se bajó del coche dando manotazos al aire, maldiciendo, mientras la gente lo miraba con extrañeza.
     Pero la satisfacción duró poco. Clara apareció, corriendo preocupada hacia su nuevo novio. Marcos sintió cómo su estómago se encogía cuando ella lo abrazó y trató de calmarlo. El tipo seguía rascándose como un poseso, pero ella solo tenía ojos para él.
     La rabia le volvió con más fuerza.
     —No te reirás nunca más de mí… —murmuró, apretando los dientes.
     Esa noche fue aún más lejos. Con un encendedor en la mano y un frasco de alcohol en la mochila, caminó hasta la casa del pijo. Sabía dónde vivía. Había investigado. En el jardín, colgado de un tendedero, estaba el maldito jersey amarillo que tanto le gustaba. Marcos roció el tejido con alcohol, encendió una cerilla y la dejó caer.
     El fuego se elevó al instante, consumiendo el jersey en segundos. Se quedó allí, mirando las llamas danzar, sintiendo un retorcido placer. Pero de repente, la puerta principal se abrió y una voz gritó:
     —¡Eh! ¿Qué haces ahí?
     Marcos corrió. Corrió sin mirar atrás, con la adrenalina golpeándole el pecho. Se metió en su habitación y cerró la puerta con llave, jadeando. Pero la satisfacción de su venganza duró poco. Al día siguiente, Clara subió una foto con su novio… usando un nuevo jersey amarillo.
     Se llevó las manos a la cabeza, sintiendo cómo la locura le arañaba la mente. No iba a parar. No podía parar. Aún le quedaba algo más que hacer.
     Lo esperó aquella noche cerca de su coche. Cuando el niño pijo salió de la casa, Marcos apretó los puños. Tenía un bate en la mano y el corazón acelerado.
     —Me quitaste lo que más quería —susurró, antes de avanzar entre las sombras.



Si quieres leer más relatos


No hay comentarios:

Publicar un comentario