Esta noche no puedo dormir. Estoy en casa de mis primos, en un pequeño pueblo de Italia, y todo es diferente. Aquí no viene Papá Noel ni los Reyes Magos como en España. En su lugar, aparece una señora vieja llamada La Befana. Se supone que es buena, pero también da un poco de miedo. Luca, mi primo mayor, dice que vuela en una escoba y que si te portas mal te deja carbón. Yo me he portado bien… creo.
Estamos los tres en la misma cama: Luca a un lado, Marco al otro, y yo atrapado en el medio. Desde aquí se ven los calcetines que colgamos junto a la chimenea. Mi tía nos ayudó a ponerlos antes de acostarnos. Son enormes, mucho más grandes que los calcetines normales, casi como si fueran botas.
—¿Crees que de verdad vendrá? —susurro.
—Claro, que vendrá —contesta Luca, como si fuera lo más obvio del mundo—. Pero tienes que estar dormido, o no deja nada.
Cierro los ojos con fuerza, pero mi cabeza no sirve de nada. Pienso en La Befana, una anciana volando sobre una escoba y en su saco gigante lleno de dulces y carbón. ¿Y si ella decide que no me he portado tan bien como creía? Marco dice que el carbón también se puede comer porque es dulce, pero no quiero comprobarlo.
De repente, escucho un crujido. Parece que alguien camina por la casa. Abro los ojos y veo que Luca también está despierto.
—¿Lo has oído? —pregunto.
Luca asiente, con los ojos muy abiertos. Marco sigue durmiendo como si nada.
—Vamos a mirar —dice Luca.
—¿Y si nos ve?
—No nos verá si somos rápidos.
Nos levantamos despacio. El suelo está helado, y un escalofrío me recorre la espalda. Luca abre la puerta de la habitación y asoma la cabeza. Yo me pego a su espalda mientras avanzamos por el pasillo.
Desde la esquina, podemos ver la chimenea. Hay una figura junto a ella, una mujer encorvada con un pañuelo en la cabeza. Lleva un saco que parece muy pesado.
—Es La Befana —susurra Luca.
Contengo la respiración. Luca me agarra del brazo, pero no se mueve. La Befana se inclina y saca algo del saco. Lo mete en los calcetines uno por uno. Me estiro para ver mejor. Parecen… ¿caramelos? Sí, caramelos y algo más que no alcanzo a ver bien. De repente, recuerdo lo que mi tía nos contó en la cena, mientras colgábamos los calcetines:
«Dicen que cuando los Reyes Magos iban camino de Belén, se perdieron y llegaron a casa de una anciana. Ella los atendió y les dio dulces, pero no quiso acompañarlos para ver al Niño Jesús. Más tarde, al arrepentirse, salió de casa con un cesto lleno de caramelos y empezó a buscar al niño. No lo encontró, así que decidió dejar dulces a todos los niños que encontraba, por si alguno era él. Desde entonces, La Befana visita a los niños cada año».
Cuando termina, se endereza y se da la vuelta. Su cara está iluminada por el resplandor de las brasas en la chimenea. No tiene verrugas ni parece malvada, pero sus ojos parecen saberlo todo, como si pudiera ver a través de mí.
Por un momento, creo que nos ha visto. Su mirada atraviesa la oscuridad como si supiera que estamos ahí. Luego agarra su escoba, da un pequeño salto y desaparece por la chimenea.
—¡Es de verdad! —susurro, casi sin creerlo.
—Te lo dije —responde Luca, con una sonrisa triunfal.
Corremos de vuelta a la cama. El corazón late tan rápido que creo que podré dormirme nunca, pero de alguna manera, lo consigo.
Por la mañana, nos despierta el sol entrando por la ventana. Luca y Marco saltan de la cama y yo los sigo. Vamos corriendo a la chimenea, donde los calcetines están llenos hasta el borde.
Dentro del mío hay caramelos, chocolates y un pequeño juguete de madera. También hay un trozo de carbón dulce, negro como la noche.
—Eso significa que no te portaste tan bien —se ríe Luca, señalando el carbón.
—Al menos es dulce —digo, probándolo con cuidado.
Mi tía nos prepara un chocolate caliente mientras abrimos los dulces y repartimos algunos entre nosotros.
—¿Entonces? ¿La visteis anoche?
Le contamos todo, desde los ruidos hasta cómo desapareció por la chimenea. Ella nos escucha con paciencia, aunque parece que ya conoce la historia.
—La Befana solo visita a los niños que creen en ella —dice al final, como si fuera un secreto.
Miro el trozo de carbón dulce en mi mano y decido que el año que viene seré mejor. No porque me dé miedo el carbón, sino porque quiero que vuelva. Quiero sentir esa magia de nuevo, esa sensación de que, por una noche, todo es posible.
Y, aunque sé que Luca se reirá de mí, guardo un caramelo para el próximo año. Quizá La Befana también necesite algo dulce.
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Me ha encantado
ResponderEliminarGracias
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