26 febrero 2025

Electrorrítmicos


Nunca imaginé que formar una comparsa de carnaval fuera tan difícil. Bueno, en realidad, nunca imaginé que formaría una comparsa en primer lugar. Todo empezó como una broma entre amigos una noche de copas.
      —¡Sería genial salir en el desfile! —dijo Nacho, el más entusiasta del grupo—. Solo necesitamos un poco de música y unos disfraces.
      Lo dijimos riéndonos, pero al día siguiente, Nacho ya había inscrito nuestra comparsa en el concurso del carnaval local. Sin ensayos, sin idea de coreografías y sin saber ni siquiera cuál sería nuestra temática.
      Decidimos reunirnos en mi casa para planificar algo. Hugo, el más práctico, sugirió ir de superhéroes:
      —Es fácil, cada uno elige su favorito y listo.
      Pero Sofía, la creativa, dijo que debíamos hacer algo más original.
      —¿Y si somos electrodomésticos?
      Por alguna razón inexplicable, la idea nos pareció brillante. Al día siguiente, armamos nuestros disfraces con cajas de cartón, papel de aluminio y pegamento. Yo iba de microondas, Sofía de tostadora, Hugo de lavadora y Nacho de nevera.
      El problema llegó cuando intentamos ensayar una coreografía. Descubrimos que no podíamos movernos bien con esos disfraces. Cuando intenté girar, mi puerta se abrió y casi me caigo. Hugo se enredó con el cable que le habíamos pegado, y Sofía casi incendia su disfraz al estar demasiado cerca de una vela. La coreografía terminó con todos en el suelo y Nacho riéndose sin parar.
      La noche del desfile llegó y, sin haber ensayado más, nos resignamos a caminar con dignidad. Nos colocamos en la fila con las demás comparsas, todas perfectamente sincronizadas y vestidas con trajes espectaculares. Al vernos, la organizadora nos lanzó una mirada de absoluta confusión.
      —¿Sois… electrodomésticos? —Asentimos con orgullo.
      Cuando sonó la música, hicimos lo mejor que pudimos. Intentamos movernos al ritmo, pero la nevera de Nacho era demasiado ancha y empujó sin querer a un grupo de bailarines con plumas. Hugo, en su intento de levantar los brazos, se enganchó con un poste de luz. Y yo... bueno, tropecé con un adoquín y rodé unos metros con la puerta del microondas abierta.
      El público, en lugar de abuchearnos, estalló en carcajadas. Alguien gritó: «¡Son geniales!». Y lo siguiente que supimos es que la gente empezó a grabarnos y aplaudir. Sofía, con reflejos rápidos, decidió seguir con la improvisación. Empezó a tostar cosas imaginarias en su disfraz y a lanzarlas al aire. Hugo giraba como si estuviera en un ciclo de centrifugado. Nacho abría y cerraba la puerta de la nevera como si repartiera helados. Y yo... bueno, me quedé en el suelo, haciendo ruidos de microondas mientras me recalentaba.
      Cuando terminamos el desfile, teníamos cientos de personas siguiéndonos. En menos de una hora, los videos estaban en redes sociales y la gente comentaba: «¡La mejor comparsa del carnaval!», «¡Quiero ser un electrodoméstico el próximo año!» y «¡El microondas es un artista!».
      Esa noche, mientras celebrábamos con churros y chocolate, Nacho levantó su taza y brindó: «Por la comparsa desastrosa, que sin pretenderlo, ganó el primer premio». Y así, por accidente, nos volvimos leyenda.



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