09 julio 2025

Redención


La noche me envuelve con su manto oscuro, un susurro de promesas veladas que se filtran entre las sombras de la habitación. Me dejo llevar, dispuesto a sentir, sin miedo, sin ataduras. En la calle, el mundo se disuelve en una neblina difusa, lejana, como si solo existiera este instante, este encuentro.
      Él está ahí, observándome con una intensidad que perfora mi piel. Su mirada es un laberinto del que no podré salir, y ni siquiera quiero hacerlo. Es mi dueño, mi tormento, mi adicción. Controla mi mente con la precisión de un titiritero, juega conmigo, me pervierte sin pronunciar una sola palabra.
      El aire entre nosotros se vuelve espeso, cargado de su aliento, de su esencia. Su respiración se derrama en la habitación como un veneno dulce, envolviéndome en un aroma que se aferra a mi piel. Cada bocanada que tomo es una transgresión, cada suspiro que libero, una súplica silenciosa. La atracción es un torbellino implacable, un roce del abismo del que no quiero apartarme. Le cedo mi suerte. Le entrego el control.
      —Hazme sentir —susurro, con la voz quebrada por la ansiedad de lo inevitable.
      Sonríe con un destello de triunfo en la penumbra. Se acerca y su aliento roza mi cuello provocándome un escalofrío que me recorre la columna. Su mano se desliza por mi pecho, despojándome de cualquier resquicio de resistencia. Me eleva, me envenena, me somete a una tortura exquisita de deseo y redención. Su lengua traza senderos prohibidos sobre mi piel, su boca reclama cada rincón de mi cuerpo con una devoción insaciable. Un jadeo escapa de mis labios cuando sus dedos se hunden en mi carne, explorando, dominando, llevándome al borde del abismo.
      Mi cuerpo se pliega bajo el toque de sus manos, responde a su lengua con un estremecimiento febril. Me atrapa, me consume, y yo solo puedo rendirme a su control. Su voz me parte en dos, cada palabra es un filo que me desgarra y me reconstruye en la misma exhalación. Su piel arde contra la mía, su deseo es mi condena y mi salvación.
      No hay nada inocente en este juego demente. No hay escapatoria. Solo el placer desbordante de la entrega, el abismo de la tentación, la condena dulce de su presencia.
      —Eres mi maldición —repito, con la respiración entrecortada, con el pulso desbocado, como si con ello pudiera conjurarlo, como si el hechizo pudiera romperse. Pero no se rompe. Nunca se romperá.
      Él se acerca más, su boca devora mis palabras, su lengua dicta el ritmo de mi perdición. El titubeo en su mirada es un espejismo que apenas dura un parpadeo. Un instante, un segundo donde parece rendirse, donde su respiración se entrecorta con la amenaza de la duda. Pero luego vuelve a tomar el control.
      Lo observo, fascinado. Me pregunto si alguna vez conoceré la redención. Si alguna vez desearé ser libre.
      Y en el fondo de mi alma, sé que no.



Si quieres leer más relatos


No hay comentarios:

Publicar un comentario