24 marzo 2018

El concierto.

Aquella espera incesante
con los nervios a flor de piel
mi corazón latía a cien por hora,
mi cuerpo, mi alma y mi mente
se inundan de emoción,
de intriga y pasión.

Gente que va y que viene
los coches pasando de largo
una ligera brisa soplaba
aplacando la calurosa noche
del mes de septiembre.

Después, una puerta se abre
y una marabunta de gente corre
y se agolpan frente al escenario
queriendo ocupar los mejores
sitios para verlo de cerca,
luego segundos, minutos, horas
pasaban despacio y sin prisas.

El escenario, los equipos
de sonido, las luces
ultimaban las puestas a punto.

Calor, cansancio, sed
eran predominantes
cuando de repente
una masa unida grita
al fin “Raúl”

Su cuerpo se desliza
sobre el escenario
como un remolino
en el desierto
como un demonio
entre el fuego.

Las notas, la letra
comienzan a oirse,
gente cantando,
gente llorando,
gente enamorándose
al son de la música.

Una camiseta blanca
y unos pantalones grises,
una sonrisa de salvaje
y una mirada de pantera,
relucía entre las nubes
de humos de colores.

Sus ojos llenos de pasión
con las canciones del verano,
sus ojos llenos de amor
con las baladas,
sus ojos llenos de tristeza
con sus canciones más tristes.

En sus ojos se dejaba
ver la alegría de ser querido,
de oír como cantábamos
sus más bellas canciones,
su alma era la mía
su corazón era el mío.

El aire que respiraba
era el mismo que el mío
compartir sus ilusiones
era lo mejor de la noche.

Explicar con palabras
las emociones vividas
es imposible y siempre
los tendré en mi recuerdo,
cuando con un hasta siempre
y un os quiero
salió del escenario.

La gente gritaba “otra”,
él volvió al escenario
y nos cantó un tema
conocidísimo en inglés,
y el Sueño su boca.

Luego el recuerdo,
el deseo de que vuelva,
el deseo de ir con él,
el deseo de vivirlo
una y otra vez.

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